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El robo “Armado”

El video estaba borroso y en blanco y negro. En una esquina de la pantalla se podía ver la hora: 2:04 a.m. En la otra se abría una ventana corrediza, y dos cuerpos entraban por el espacio abierto. Estaban encapuchados y con el rostro cubierto. Tenían guantes. Otra cámara de vigilancia captaba todo el interior del taller. Se podía ver como los dos hombres iban de coche en coche poniendo objetos en sus morrales. Luego a las 2:45 a.m. ambos hombres desaparecieron por donde entraron, cuidando de cerrar la ventana. Ahora, la policía conversaba con una de las víctimas. “Este es otro tipo de robo ‘armado’, pero sin arma alguna. Es todo un montaje. El propietario del taller de mecánica le paga a un par de empleados para que aparenten el robo. A la mañana siguiente él denuncia el robo a su compañía de seguros y a la policía. El hombre pone la demanda por pérdidas valoradas en miles de dólares. Para componer los coches él usa las mismas partes que sacó de cada coche, y se queda con todo el dinero que recibió de la aseguradora. Es un negocio redondo. Lo interesante de este caso es que no encontramos al propietario para hablar con él, y sus empleados han renunciado y desaparecido.” “Y a mí nadie me ha pagado nada por mi coche todavía”, respondió el dueño del coche.
Cada día pareciera que surge una nueva maldad para robarnos de nuestra paz. Violencias, matanzas, y la mayoría en el nombre de Dios, o algún otro dios. Eso sí que es un robo “armado”. Pues se roban el nombre de Dios para hacer un montaje de Dios a fin de robarnos de una verdadera paz y confianza en un Dios de amor y de paz. “Justificados pues,” anuncia el gran apóstol San Pablo, “tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Allí se anuncia que Jesucristo tomó sobre su cuerpo en la cruz toda violencia y toda maldad humana. Allí Él se hizo el más infeliz y culpable criminal. ¿Para qué? Para que tengamos paz con Dios confiando en su increíble hazaña a nuestro favor. Si todos creyeran así, que realmente fueron perdonados y justificados en un cuerpo ajeno viviendo con profunda gratitud por ese sacrificio, verdaderamente tendríamos paz para con Dios y los unos con los otros. Pero el enemigo de la paz se ha “armado” dioses falsos para robarnos de toda paz, y ponernos los unos contra los otros. Dijo Jesucristo, “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). No nos queda más que lanzar el mismo grito de uno de los ladrones crucificado junto a Él, “Señor, ¡acuérdate de mí cuando vengas en tu reino!” La respuesta será la misma: “¡Te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso!”

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