“Me asusta la gente buena como usted”

“Me asusta la gente buena como usted”

Era obvio que las manos le sudaban. Al frotárselas, la humedad reflejaba la luz de la lámpara. Se presentaba por acusación de conducir ebrio por primera vez. El señor vestido de traje y corbata, era un importante empresario de la ciudad. Ahora, el abogado le instruía en las consecuencias de su delito. “Además de las multas y recargos que alcanzan los $3,000.00 USD, usted tendrá que participar en una clase de 18 meses para choferes ebrios”. “Yo no tengo tiempo para eso”, respondió el acusado, haciendo un gesto con la mano como si fumara un puro. “¿Será que puedo pagar otra multa?”, añadió con un gesto similar. “Si quiere retener su licencia de conducir es un requisito”, dijo secamente el abogado. “Ahora es mi deber, leerle la Amonestación de Watson a choferes ebrios: ‘Conducir ebrio con alcohol o estupefacientes o su efecto combinado lo incapacita para manejar sano y salvo un vehículo a motor. Por tanto es sumamente peligroso a la vida humana manejar ebrio con cualquiera de estas sustancias o su efecto combinado. Si de aquí en adelante usted maneja ebrio, y se encuentra involucrado en un accidente donde alguien muere, se le puede acusar de asesinato’, ¿entiende?” “Claro”, fue su lacónica respuesta. “Mire señor”, prosiguió el abogado, “yo soy ciclista amateur y entreno por todas estas vías y carreteras. Los choferes que más me asustan, son personas buenas como usted. Usted me pudiera matar, ¿entiende?”
Las Sagradas Escrituras instruyen que todo el que guarda sus mandatos, vivirá por ellos. En caso de incumplimiento, le recae la maldición de Dios. Son palabras fuertes que hoy han quedado en desuso. Ese cumplimiento no es sólo en las apariencias, es decir en las obras que aparentan cumplimiento. Es el cumplir de lo más hondo del corazón, en los deseos espontáneos, en los instintos, en los más íntimos pensamientos. Es obvio que el chofer de nuestra historia por más que se abstenga de manejar ebrio, no tiene una buena actitud hacia la ley. Quiere buscar la manera de esquivarla. En vez de clases, quiere pagar y salir del apuro. No quiere mirar lo que hay en su corazón que lo lleva al abuso de la bebida. Pero el requisito divino es inviolable. No hay que escapatoria. Hay que cumplir desde el fondo del corazón. Pero la realidad es otra: “No hay ni uno justo”, dice la Escritura. No importa todas las amonestaciones que recibamos, nuestro corazón divaga. Y ojalá divague hasta encontrarse con Jesucristo. Pues Él es el único justo y recto que ha cumplido con la ley en lo más íntimo de su ser, y ese cumplimiento se llamó amor. Un amor constante, perseverante fue el móvil de su vida. Tanto así que por causa de ese amor que Él tiene por ti y por mí, nos justifica gratuitamente por su gracia. Todo lo que el cumplió, lo pone a nuestra cuenta. Y el que lo cree… es justo ante Dios por la sola fe, y tiene vida eterna.

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