¿Cómo puedo Enseñar la Fe a mis Hijos?

¿Cómo puedo Enseñar la Fe a mis Hijos?

“Es que la doctrina es muy complicada. Ni yo la comprendo. Prefiero que los niños la aprendan en la iglesia. Pero es que me preguntan, y no sé qué decirles.” Esta es la frecuente y franca queja de muchos padres. Pero es mejor explicar las cosas con historias, pues los niños las comprenden.
En aquellos tiempos en nuestras tierras, en esas escuelas de los poblados, solamente había un aula. Las maestras tenían que enseñar a todos, desde los más chiquitos hasta los más grandecitos. En esta escuela en particular había problemas de disciplina debido a las diferencias de edades, y niveles sociales. De tal modo que la maestra pidió a los niños que ellos decidieran los castigos. Finalmente llegaron a un acuerdo. Recordemos que estamos hablando de más de 60 años atrás. “El que se porte mal, que reciba 10 reglazos en la espalda, y de mano de la maestra”. Hoy ese castigo es debidamente llamado abuso físico, y es prohibido en nuestros países. Pero en aquellos días era parte de la disciplina en esa escuelita. Por un tiempo, no hubo ningún problema de disciplina, pues todos temían a la regla larga de un metro. Entre los alumnos estaba Martín, un niño de unos ocho años de una familia muy pobre. Era tan flaco que sus huesitos se veían marcados en la piel de su espalda y pecho. También estaba Josué, un muchacho de unos 15 años, fornido, muscular, buen mozo, de un gran humor a quien todos querían. Un día un pedazo de pan con queso desapareció del bolso del fiambre de uno de los niños. Nadie se hacía responsable por el pequeño robo. Finalmente la maestra dijo, “¡Entonces todos recibirán 10 reglazos!” A lo que Martincito levantó la mano: “Yo agarré el pan para mi hermanita, profesora”. Un murmullo se escuchó por toda el aula mientras el niño se dirigía al frente para recibir su castigo. Era un pequeño bulto de huesitos. “Maestra”, se escuchó una voz de atrás. “Que Martín se siente, castígueme a mí en su lugar”. Era el niño corpulento y fuerte, el niño rico, que rápidamente pasó al frente. “Está bien”, dijo la maestra, y comenzó a propinarle los reglazos en la espalda. El niño los recibió con cara de piedra, sin queja alguna. Al terminar, Martincito se vino corriendo hacia Josué y al frente de la clase los dos se dieron un fuerte abrazo. De allí en adelante fueron los mejores amigos. Los niños cambiaron la regla de disciplina. El que se portara mal, tenía que contar la historia de Martín y Josué. Martín jamás pasó hambre, pues Josué y otros niños le traían de comer a él y su hermanita.
Esa historia es la doctrina de la fe cristiana. Jesús vino al mundo y tomó el lugar de todos nosotros, empobrecidos pecadores. Recibió nuestro castigo. Se hizo culpable. Luego resucitó para dar la prueba que habíamos sido perdonados y justificados ante Dios. No hay complique. Tan solo hay que contar la historia.
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