“Yo soy su abogado, resolveré el problema”

“Yo soy su abogado, resolveré el problema”

El jovencito de 14 años entró a la sala con sus padres y el abogado. A pesar de su buen aspecto físico, ¡tenía el rostro pálido! Aunque sus padres también parecían gente de bien, el temor también se reflejaba en sus miradas. Por su parte el abogado leía el expediente. Finalmente levantó el rostro mirando a los padres con una leve sonrisa. “Miren el caso es serio. Las acusaciones de la niña son graves, pero confíen, yo soy su abogado, les voy a resolver el problema”. “¿Cuán graves?”, preguntó la madre. “Si el joven fuera mayor de edad, estuviera afrontando al menos 15 años de prisión”, respondió el abogado. “Pero, yo soy su abogado, les voy a resolver el problema”. Ahora fue el padre que rompió el silencio, “Y, ¿cuáles son las alternativas?” “Señor, el joven se pudiera declarar culpable hoy mismo, y recibir una condena de seis meses en el reclusorio de menores y luego tres años de libertad condicional, o hasta que cumpla mayoría de edad. Pero yo soy su abogado, les voy a resolver el caso”. “Y ¿si no se declara culpable hoy?” preguntó la madre. “Voy a pedir al juez postergar el caso por 60 días para investigar las pruebas. Mientras tanto, pongan al niño con un terapeuta de conducta sexual, que no pierda ni una clase, que mejore sus notas escolares. Pero recuerden, yo soy su abogado, les voy a resolver el caso”.
En ningún momento el abogado reprochó al joven, ni lo humilló, ni le reclamó por su conducta ofensiva. El joven no dijo ni una sola palabra. Sólo escuchó al abogado repetir: “Voy a resolver el caso”. Esa es la voz que puede escuchar todo pecador que llega a Dios pálido y temblante. “Hijo, hija, tu caso ya está resuelto”. “Pero, ¿qué tengo que hacer?” A lo que responde nuestro Abogado Jesucristo, “Créeme, tu caso está resuelto”. “Y, ¿cuánto me va a costar?” “Yo ya pagué en la cruz”. “Y ¿si me declaro culpable?” “No te va a ir bien. Créeme, yo ya me declaré culpable a tu favor, y ya sufrí tu pena”. “Y, ¿cuánto tuviste que pagar? Así tengo idea de la deuda que tengo contigo” “Mira, no seas necio. Jamás pudieras pagar tu deuda con Dios. Pero mira mis manos y mis pies, y mi costado”. “¡Qué horribles cicatrices! ¿Qué te hicieron?” “Me clavaron a una cruz, pero eso fue lo de menos. Llevé tus pecados en mi propio cuerpo. Eso fue lo peor. Sentí tu condena, y sufrí la pena de muerte”. “¿Pena de muerte? ¿Tanto así? ¿Por qué?” “Porque eso fue lo que merecías. Y lo que tú merecías lo pagué yo”. “Y, ¿por qué? ¿Acaso no sabes que yo soy el más hipócrita pecador?” “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su único Hijo para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).

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