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Una deuda impagable

“Señora, ¿ha estado cumpliendo con sus pagos mensuales?” “Pues sí, pago $50.00 al mes”. “¿Tiene alguna idea del saldo?” “No, pero ya hice 15 pagos. Aquí tengo todos los recibos”. Yo traducía al abogado defensor y a la acusada. “Bien voy a enseñárselos al fiscal. Puede ser que le reduzca la gravedad de los cargos. Por ahora usted está siendo acusada de fraude al bienestar público por más de $25,000 dólares. Debido a su situación ilegal en este país, usted no puede recibir ayuda del Bienestar Público.” “Sí, yo sé, cometí un gran error. Y la vergüenza que me hicieron pasar cuando me arrestaron. Vinieron esos policías a las cuatro de la madrugada. Yo estaba durmiendo apenas con una bata de dormir, me arrestaron frente a mis hijos, y así me llevaron a la comisaría. Soy madre soltera con seis hijos. ¡Tanto que trabajo en el campo para hacerle esos pagos de $50.00.” “Escuche. El fiscal le está haciendo una oferta hoy. Si usted se compromete a pagar todo, hoy mismo le reduce los cargos a un delito menor, bajo la condición de hacer 45 días de trabajos, pagar una multa de $600.00 por encima de lo que debe. Además, ya no hay tanta posibilidad que inmigración la vaya a deportar. ¿Comprende? Acepta?” “Pues no me queda otra, ¿verdad?” El abogado sacó la cuenta. Le quedaban 505 pagos de $50 al mes. Le quedaban 42 años. Ella tenía 35. Saldaría su cuenta a los 77 años de edad.
Jesucristo contó una historia de dos deudores. Uno le debía el equivalente de $10,000.00 USD al rey. Como no podía pagar, el rey decidió venderlo a él, esposa, hijos, y todos sus bienes para saldar la deuda. Pero el siervo le suplicó al rey, prometiéndole que pagaría toda la deuda. De pura compasión, el rey le perdonó toda la deuda. No aceptó que le pagara en pagos. No hubo ninguna oferta así. P E R D O N A D O. En un instante quedó libre de esa carga. Pero ese mismo siervo tenía un amigo consiervo suyo que le debía unos $200 dólares. Como no le pagaba, le puso una demanda, y lo mandó a la cárcel. Cuando el rey se enteró de la crueldad del siervo perdonado, lo mandó al calabozo hasta que pagara el último centavo (Mateo 18:23-35). Asombra la misericordia del rey, y la maldad del perdonado. Pero Jesús no contó toda la historia. Lo demás contó cuando subió a la cruz. Allí pagó nuestra otra deuda: allí pagó por nuestra maldad contra nuestro prójimo. Si eso no es suficiente para tocar nuestro corazón y vivir amando a Dios y nuestro prójimo, entonces, ¿qué nos queda? “Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35).
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