“Papi, Vamos a Jugar Carritos”

“Papi, Vamos a Jugar Carritos”

Es tan fácil contestar con un “ahorita no, estoy ocupado” (mientras nos escurrimos en el sillón con una bebida en la mano). Pero ese pedido tiene fecha de vencimiento. Llegará el día cuando extrañarás el pedido, ya no te llegará. Serás tú el que buscarás a ese muchacho ahora de 14 años, y le dirás, “Hola, vamos a jugar pelota,” y él te responderá, “ahorita no, estoy ocupado” (mientras el muchacho sigue jugando en la computadora).
Los momentos de juego entre un papá y sus hijos son tan importantes. Cuando jugamos con ellos, aprenden de nosotros la creatividad, estrategias, como resolver problemas, el perdón, la generosidad, la paciencia.
El otro día mi niño de siete años y medio me pidió que jugara carritos con él. Hace algún tiempo atrás, le conseguí estos carritos de control remoto, los “Trepa Rocas” (Rock Crawlers). Son el equivalente de los Todo Terrenos con baterías. Los hemos llevado por las montañas, por senderos angostos, en la brisa, en el polvo, calor, frío. Hasta hace algunos meses, quedaron estacionados, a pesar de varias invitaciones a jugar. Finalmente, accedí. Vamos, pues, ¿dónde están? Nos tomó casi una hora encontrar todo el equipo, los controles se habían extraviado, y por último, “dónde están las pilas nuevas?”. Y al final uno de los carritos se rehusó a marchar. “¿Qué vamos hacer?” Me vi tentado a cancelar el paseo, porque los carritos van junto con paseos al parque o la montaña. Pero él estaba resuelto. ¿Cómo lo iba a desilusionar? Pero tuve que desbaratar todo el carrito – y no soy bueno para eso. Llegué al tablero del circuito. Ah, ahí estaba el problema, un cablecito rojo se había despegado, ¿a dónde iba? Estaba perdiendo la paciencia. El niño estaba asesorando mi progreso. Era un momento importante para enseñar paciencia, creatividad, perseverancia. Estas cosas no se enseñan de ninguna otra manera sino mediante una estrecha relación de confianza entre padre e hijo. Teníamos otro carrito viejo que ya no servía. De alguna manera logré usar las partes de ese carrito. Después de varios intentos de armar y desarmar, momentos en que los tornillitos tan pequeños caían en el piso y había que buscarlos, el desarmador se me resbalaba de las manos, las partes no encajaban… finalmente el carrito prendió, se puso a marchar. Fue un triunfo para los dos. Él agarró el control. El carrito salió a toda velocidad, retrocedió, adelantó, vuelta a la derecha, a la izquierda, el niño dio un grito de triunfo como si hubiera ganado una gran carrera. Luego puso el carrito y el control sobre el piso. Se vino corriendo donde yo lo estaba mirando, y con un gran abrazo me dijo, “¡Papi! ¡Te quiero mucho! ¡Eres el mejor papá del mundo!” ¿Qué tal si me hubiera quedado escurrido en el sillón? ¿Qué tal si Jesús el Cristo se hubiera quedado en su sillón celestial, y no hubiera venida a dar su vida en una cruz por nosotros?

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