“Madre vs. Abuela”

“Madre vs. Abuela”

Hoy el juez daría su fallo: si la abuela tendría la custodia de la niña, o si se concedería el pedimento de la madre para tener la custodia. Por lo común, son los padres en medio de un divorcio los que disputan la custodia de sus hijos. En este caso era la abuela paterna y la propia madre de la niña. Y, ¿dónde estaba el padre de la niña? Paradero desconocido. Ni la propia abuela sabía su paradero. Pero antes de la desaparición del padre, la madre había tomado un corto viaje a su país, dejando a la niña con el papá. Él aprovechó para pedir una orden judicial por la custodia de la niña. Argumentó que su madre había abandonado el hogar por irse con otro hombre a su país de origen. El juez le concedió la custodia. Pocos meses después, el propio padre desapareció. La niña quedó con la abuela. Cuando la madre regresó, la abuela no quiso entregar la niña a la madre con el pretexto que el juez había dado la custodia a su hijo, al padre de la niña. Ahora el abogado de la abuela alegaba que la niña sufriría si regresara con la madre pues estaba apegada a su abuela. La madre alegaba que la niña sufriría si se quedaba con la abuela pues ahí todos eran hombres adultos y siempre tenían fiestas con mujeres en la casa, y el ambiente perjudicaría a la niña. El juez concedió toda la custodia a la madre, pues la ley concede prioridad a los padres, y no a los abuelos. Al salir del tribunal, la madre no cesaba de agradecer al juez: “¡Gracias, muchas gracias, señor juez, gracias, mil gracias!”
Nuestra custodia no es tan complicada. Nuestro Padre que está en los cielos, siempre nos ha reclamado como sus hijos. “Yo te amo con amor eterno. Por eso te he prolongado mi misericordia” (Jeremías 31:3). “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo… y Formador tuyo: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”. Muchas veces somos nosotros mismos los que luchamos por tener nuestra propia custodia. Pensamos que estaremos mejor en esta vida si nos separamos de todo lo que tiene que ver con Dios, y nuestro origen en Él. “No importa”, dice nuestro Padre celestial. “En la cruz yo pagué con sangre para tener tu custodia para siempre”. “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10). El enemigo de nuestras almas también nos reclama. Nos echa en cara nuestro odio, nuestra amargura, envidia, lujuria. Él es el padre de mentiras. La verdad es que Jesucristo es el hombre fuerte de Dios, quien despoja la casa del enemigo y nos lleva a su regazo. De allí en adelante su promesa es: “yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28).
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