El Traductor Oficial de mi Padre

El Traductor Oficial de mi Padre

Pláticas Entre Padres

Con todo lo que he dicho de la gran ayuda brindada por mi madre, y luego mis maestras, no quiero pasar por alto el gran apoyo y confianza que recibí de mi padre. Mi padre llegó a ser el fanático número uno de mi inglés. Él me pedía que leyera alguna historia o párrafo de mis libros. De hecho, él sabía leer y entendía el inglés un poco mejor comparado a mi madre. Pero no lo podía hablar. Él era una prueba viviente del proverbio popular: “Loro viejo no aprende a hablar”. Pero él sí sabía cuándo alguien hablaba y pronunciaba bien el inglés y cuándo no. Él pronto se dio cuenta de mis habilidades, y me pedía – para su propia diversión, que le leyera en voz alta. Con tan sólo unos pocos párrafos él quedaba satisfecho de mi progreso, y para mí, su “Muy bien, Haroldito” era igual a mil aplausos. Su apoyo me animaba mucho a seguir estudiando, leyendo, y practicando mi inglés. Me daba cuenta que tan sólo unos 9 meses después de haber llegado, tenía un amplio vocabulario, y nadie notaba que tenían acento del español cuando hablaba inglés.
Mi padre era pastor de una pequeña congregación en Nueva York. Pero no era una congregación independiente, tenía sus superiores que pedían informes y rendimientos de cuenta. Mi padre puso su plena confianza en mí. Él escribía las cartas a sus superiores en español, y yo las traducía al inglés. Tenía que usar palabras profesionales. Yo traducía las cartas con mucho cuidado, acudiendo al diccionario con frecuencia para estar seguro que la carta en inglés representaba el pensamiento de mi padre. Mi padre le daba una última leída, me felicitaba, y luego colocaba su suntuosa firma a la carta escrita por ¡su hijo de 11 años! Otra manera como mi padre demostraba su confianza en mí era cuando él invitaba predicadores que sólo hablaban inglés a predicar en su iglesia. Había otras personas ya adultas, que se habían educado en Estados Unidos, plenamente bilingües, que pudieran haber servido como intérpretes para traducir a estos predicadores visitantes. No obstante, mi padre sólo confiaba en mis capacidades. Colocaba un banquito junto al púlpito. Cuando el predicador comenzaba su predicación, yo subía al banquito, y traducía consecutivamente al predicador. En otras palabras, él decía una oración en inglés, y luego se detenía para que yo la tradujera al español. Yo tenía en mente que casi cada oyente en la congregación era el mejor crítico de mi traducción, y a veces alguien en la congregación soplaba la palabra correcta cuando yo no la podía recordar al instante. Obvio, que era muy divertido para todos. No obstante, yo terminaba con la camisa totalmente empapada de sudor. Al terminar, algunos venían a felicitarme, y otros a corregirme. Hoy, con el ojo de la memoria, miro a ese jovencito que todavía no cumplía los 12 años, y me maravillo. La realidad no era que yo era un niño brillante, sino que mis padres estaban cosechando lo que habían sembrado.

Observaciones:
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