“Todo lo perdí por ese hombre”

“Todo lo perdí por ese hombre”

El rostro demacrado de la detenida lo contaba todo. En amarras y esposada llegó al tribunal para la instrucción de cargos. “Múltiples cargos de hurto y cartería de tienda, en múltiples ocasiones. Se le asigna el defensor de oficio”. En la entrevista se conoció la historia. “Hace tres años me junté con ese hombre. Me engañó. Me dijo que trabajaba en construcción. Mentiras. Era ladrón. En poco tiempo quedé embarazada, y me usó para su oficio. Así, con la barriga grande para ayudar a disimular, me llevaba a las tiendas para sacar cosas. Me decía que si no lo hacía me iba a delatar a inmigración. Vivíamos de lo robado. Todo lo que yo sacaba de las tiendas, él vendía en los remates. Ya teníamos una ruta establecida. Un día como siempre entré para comprar unas cosas. Siempre compraba algo para disimular, pero tenía cosas debajo de la falda y escondidas por todos lados. Él me esperaba afuera con los tres niños. Ese día después de pagar, salí como siempre. En segundos llegaron varias patrullas, y de reojo pude ver que él partió del estacionamiento calle abajo. Me llevaron a la comisaría y me encontraron todo. Lo peor es que mi prima me dijo que él se llevó los niños al otro lado de la frontera. ¡Todo lo perdí por ese hombre inútil! Ahora creo que hasta también ¡se ha robado a los niños!”
Pudiéramos debatir si ella fue de veras víctima o cómplice. La verdad es que lo perdió todo por el amor a un hombre ladrón, injusto, aprovechado.
Esa verdad nos recuerda de otra verdad aún más importante. Un ser grandioso, lo perdió todo por amor a personas injustas, aprovechadas, en fin, pecadores. El apóstol Pablo escribió de Jesucristo, “no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse… se rebajó voluntariamente… haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:6-11). De hecho esas palabras formaron una de las primeras canciones de alabanza entre los primeros cristianos. Jesucristo se despojó de todo lo grandioso y perfecto para arroparse de todo lo nuestro, imperfecto, defectuoso y vil. Es buena nueva para los ladroncillos de nuestra historia, pues fue crucificado entre dos ladrones, tomando el castigo merecido de todo ladrón. Tampoco es necesario que señalemos a la parejita de nuestra historia como los culpables. Nosotros, al no amar al prójimo como pudiéramos, le robamos de nuestro afecto y cariño. Lo mismo hacemos con los miembros de nuestras familias. Les robamos el tiempo y el cariño que pudiéramos dar a nuestros hijos y parejas para malgastarlo en cosas inútiles y sin sentido. Pero por amarnos hasta la muerte, Cristo fue exaltado hasta la gloria, y nos llevó allí con Él, ¡una vez y para siempre! Sí, Él lo perdió todo por ganarte a ti y a mi.
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