“Sentencia de muerte en el bolsillo”

“Sentencia de muerte en el bolsillo”

“Señor”, le suplicaba la abogada defensora. “No le conviene tener ese escrito con usted. Su celda no es un lugar seguro. No lo puede esconder”. “No se preocupe, señora, yo sé cuidarme”. “No se lo recomiendo, señor” prosiguió la abogada, “las acusaciones contra usted son muy graves y delicadas. La fiscalía le acusa de violar a una menor de edad de 12 años por un plazo de tres años. ¿Usted sabe lo que le van a hacer cuando se enteren de los cargos a su contra?” “Señora, no se preocupe por mí”. “Quiero ser más clara con usted señor, ¡lo van a violar!” “No abogada, usted no sabe como son las cosas. ahí. Estoy protegido. Tengo compañeros”. “Señor, ellos mismos se pueden voltear contra usted”. “Yo sé lo que estoy haciendo, estoy en todos mis derechos. Déme esa copia”. “Caballero, ahí están los detalles de lo que se alega usted hizo contra esa niña cuando tenía nueve años. Los otros presos le harán lo mismo a usted, ¿comprende?” “Yo me sé cuidar”, dijo sonriendo a medias”. “¡Señor! Lo van a matar!” “Déme esos papeles, insisto en mis derechos”. “Bien” dijo la abogada redoblando el escrito varias veces. Aquí lo pongo en su bolsillo”. Como si hablara con nadie la abogada balbuceó, “Se llevó su sentencia de muerte en el bolsillo”. Cuando el preso salió de la sala, el alguacil comentó, “este año ya van dos muertos por eso mismo”.
El preso insistía en su inocencia, pero ¿por qué llevar su orden de ejecución en su bolsillo? En caso de abuso sexual de menores los presos no perdonan. Al acusado lo toman por culpable, y no hay tregua contra ellos. O los matan o los atormentan cruelmente. Hay poco que los guardias pueden hacer. Este señor no quiso hacer caso a su abogada. “Yo me sé cuidar, insisto en mis derechos, yo sé lo que estoy haciendo”. Allí estamos pintados todos nosotros ante el tribunal divino cuando tenemos que responder la demanda de la ley por nuestra falta de amor hacia nosotros mismos y nuestro prójimo. Muchos insistimos en nuestra inocencia, o pedimos una reducción de la pena al presentar alguna buena obra aquí y allá. Pero la ley tampoco da tregua: “Porque la paga del pecado es muerte”. Pero gracias a Dios la sentencia divina no es de muerte sino de gracia, pues el resto del fallo divino reza: “Mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6:23). Jesucristo nos dice, “No te defiendas. No lleves esa orden de ejecución sobre tu frente”. “Entonces, ¿qué debo hacer con ella?” “Dámela a mí, y yo la llevo”. Y así fue, subió a esa cruz y allí en tú nombre fue sentenciado, y muerto a tu favor. ¿Fin de la historia? ¡No! Resucitó en nombre tuyo, como garantía de tu propia resurrección. Esa es gracia divina, y ¡es nuestra por la sola fe!
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