Pobreza, etnia y fútbol

La fiesta del fútbol (soccer) despierta multitudes. Desde Tierra del Fuego en Argentina hasta Canadá, donde actualmente se desarrolla el torneo mundial de Sub 20, el tema del fútbol subyace en la mente de rico, pobre, gordo, flaco, feo, bonito, etc. Todos festejan el gol.

A los aficionados de este deporte les encanta ver la gambeta corta del argentino Carlos Tévez, la picardía del brasileño Rodinho, el tiro fulminante del ecuatoriano Carlos Tenorio, o incluso los bravuconerías del mexicano Cuahutémoc Blanco. Estos deportistas brillan por sus propias luces y se caracterizan por tener grandes dotes atléticos. La mayoría de ellos provienen de los estratos sociales más pobres de sus respectivos países.

En este sentido, las aptitudes físicas del individuo indudablemente cuentan a la hora de jugar el fútbol. “Un deportista nace y se hace”, decía nuestro querido Diego Armando Maradona.

Sin embargo, a la hora de elegir una profesión, no son las personas de los estratos de clases media y alta los que normalmente buscan con afán el futbol o cualquier deporte de masa (básquet o el futbol americano) como una meta para realizar sus sueños dorados. Los hijos de los doctores, abogados o ingenieros a menudo terminan como sus padres: Dentro de los estratos de clase media y alta.

Maradona, Edson Arantes do Nascimiento Pelé y muchos futbolistas de los países en desarrollo y en algunos desarrollados tienen un historial que se parece a pesar de sus divergencias étnicas y culturales. Los 24 jugadores que inician un encuentro de futbol dicen mucho, aunque no es una prueba científica comprobada, del nivel económico de sus grupos étnicos y sociales de sus países.

En todo caso, los nivel socio-económicos –más que las propiedades genéticas del ser humano— son factores que inciden en el momento de decidir si una persona quiere o no buscar una carrera profesional de futbolista.

Así, el futbol se convierte en la válvula de escape de jóvenes desesperados que no han podido encontrar oportunidades reales de trabajo y educación. En general, la decepción es el común denominador de la mayoría de esas personas que ven en el deporte como una cajita de Pandora que les va a solucionar sus problemas económicos.

El deporte es muy sano para practicarlo y es un complemento importante para la vida de la persona, pero no es el camino idóneo para el éxito. La probabilidad de obtener un título de doctor o abogado de una de las universidades acreditadas es mucho más alta que la probabilidad de jugar en un equipo de basketball profesional o ser jugador de fútbol.

En nuestro país, por ejemplo, de los estudiantes que juegan basketball en las ligas regionales de High School, aproximadamente uno de cada 38 estudiantes, o un promedio de 2.9%, tiene la oportunidad de jugar ese deporte en una de las universidades.

Ahora bien, del total de estudiantes que aspiran jugar profesionalmente en la Asociación Nacional de Basketball (NBA), se prevé que uno de cada 80 deportistas, es decir 1.3%, llegará a ser tomado en cuenta en el “draft” de la NBA. Vale la pena recordar que sólo los que son fichados en la primera ronda del “draft” tienen un contrato asegurado. Los que van en la segunda ronda, el contrato es por un año y su participación en su equipo no está garantizado. Los que son fichados en la tercera ronda o son contratados a través de un compromiso independiente juegan unos cuantos minutos, y si no convencen sus jefes los dan de baja inmediatamente.

La situación es mucho más difícil en el fútbol. La demanda laboral en este mercado económico está tan saturada que no simplemente se necesita la genialidad de Leonel Messi o Neri Castillo para ser contratado, sino de una maquinaria de trabajadores de cuellos blanco, abogados, intermediarios, quienes en algunos casos no se guían por premisas laborales éticas sino por la corrupción.

Muchos deportistas que disputan la Copa América en Venezuela tienen la mirada hacia un equipo de Europa. Esto, indudablemente, crea mayor competencia a lo largo del planeta y en las diversas ligas del mundo.

Al final, el futbol no es tan santo como lo pintan; tiene sus propias diabluras. Hay que aceptarlo como un juego de entretenimiento y nada más.

Dr. Humberto Caspa es Profesor adjunto en la Universidad Estatal de California Long Beach.

E-mail: hcletters@yahoo.com

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