“¡Papi!, ¡Jugemos Monopolio!”

“¡Papi!, ¡Jugemos Monopolio!”

Pláticas entre Padres...

Para Navidad, compramos ese juego de mesa para niños. Después de jugarlo apenas una vez, ahora mi niño lo quiere jugar cada noche. Tiene mucha insistencia. Trato de no prestar atención, pero él no se molesta. Sencillamente insiste como aquellos discos rayados de hace años. Quiero decir que no, que estoy ocupado. Prefiero hacer… Hasta que se me ocurre que nos queda poco tiempo. ¡Sí! En dos o tres años ¡YA NO VA A QUERER JUGAR CONMIGO! Ya no me va a pedir. Ya le va a interesar otras cosas. Unos años más, y va a preferir hacer cualquier otra cosa menos jugar conmigo. Esa tierna suplicante voz cesará. Ya no voy a escuchar su vocecita, “¡Papi! ¡Juguemos Monopolio!” Y es que ahora yo considero que él tiene todo el monopolio sobre mi tiempo, mis emociones, mis sentimientos, toda mi vida. De día, de noche. Siempre estoy atento de él. ¡Cuánto quisiera aprovechar cada ocasión para jugar con él! ¡Cuánto quisiera decir que sí cada vez que escucho su tierno e insistente pedido! Así como él insiste, así sigo resistiendo. “Estoy muy cansado, ya es tarde, hay que hacer tareas, tengo que lavar los trastes…” Pongo todos estos pretextos hasta que recuerdo que le estoy enseñando a ser responsable y no poner pretextos. “Bien, bien. Juguemos Monopolio. ¿Dónde está la caja?” En pocos minutos él arma el juego, reparte las barajas y las fichas. “Yo voy primero porque soy el más joven”, dice. “Eso es lo que dicen las instrucciones.”
En pocos momentos estoy comprando propiedades, visitando la cárcel, pagando alquiler, y contando los pocos billetes de juguete que me quedan. Otros tiros del dado, unas jugadas más, y se me acaba el billete. “¡Gané, gané!” grita triunfante el muchacho, tirando los brazos arriba como cuando los ciclistas ganan una carrera. Feliz, da una vuelta de victoria alrededor de la mesa del comedor. “¡Juguemos otra vez, otra vez!” La sonrisa de mi hijo, su sentido de satisfacción me quita el cansancio, y de buena gana jugamos otra vez. “Esta vez te gano” le digo desafiándolo. Y así comienzan varios juegos. Hasta que él se declara el campeón. Yo no le discuto. Mi niño ha monopolizado mi cariño. “¡Ay! Lo que diera para poner estos momentos en un jarrito y volverlo abrir en 10 años, cuando él tenga 17… o cuando yo tenga 90, y él tenga 60…” A esa edad, los papeles cambiarán. Yo soy el que le voy a pedir, “¡Hijo, juega conmigo!” Ni quiero pensar lo que pasará. Más vale que esta noche, le diga, “¡Hijo, vamos a jugar Monopolio!” El niño reparte las barajas con una gran sonrisa. “Te voy a ganar otra vez”, dice triunfante. Yo le reto, “Vas a gastar la plata, te voy a ganar.” Una hora más tarde, después del baño, ya está profundamente dormido. Una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro. Me inclino, beso su frente. “Te quiero mucho, hijo, tienes el monopolio de mi corazón.”
Comentarios:
platicaspadres@gmail.com

Share