“He Dado Hasta Mi Último Centavo”

“He Dado Hasta Mi Último Centavo”

“Necesito su ayuda para hablar con la madre de un acusado”, me dijo un abogado de cierto renombre. Comencé a traducir. “Su hijo está por cumplir 18 años, pero debido a la gravedad de los alegatos a su contra, lo están tratando como un mayor de edad.” La madre, una señora de mediana edad escuchaba, pero sus ojos húmedos y rojizos delataban un profundo dolor. “Entiendo”, dijo. El abogado prosiguió. “Hay una nueva ley que favorece a su hijo, pues requiere que el asunto regrese al Tribunal de Menores. Allí la condena no sería tan grave. Hoy pediré al juez que relacione esa ley a su hijo”. Los ojos de la madre se humedecieron aún más, cuando el abogado se dio la vuelta para atender otro caso. La señora tocó mi brazo y me dijo, “Oiga señor, ¿ese es un buen abogado?” “Señora, he visto a ese abogado lidiar con casos muy difíciles”, contesté evitando comprometerme. Pero ella entendió que mi rostro preguntaba, ¿por qué? “Señor, es que ya le he pagado más de $87,000 (ochenta y siente mil) dólares y todavía le debo más. Mi esposo y yo hemos gastado hasta nuestro último centavo. Hemos agotado todos nuestros ahorros”. Ahora el de los ojos húmedos era yo. Por momentos fugaces viví su agonía. De reojo miré hacia donde estaban los detenidos. El hijo de la señora se reía mientras bromeaba con otros presos a su lado.
“Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, declara la Escritura (1 Juan 2:1). No nos cuesta ni un centavo, porque Él mismo lo pagó todo. Todos los ahorros de nuestra vida, todo nuestro esfuerzo jamás sería suficiente para pagar todo lo que nos dio Jesucristo en la cruz, pues dio su vida para perdonar todos, todos, todos nuestros pecados. El corazón humano se opone a tal perdón. El corazón humano se opone a ser recipiente de tanta gracia inmerecida, y busca alguna manera de justificarse a sí mismo, o de colaborar de alguna manera. Pero la Escritura dice que toda colaboración es “como trapos de inmundicia” (Isaías 64:6). Jesús fue quien agotó todo para nuestro rescate. Desde su humilde pesebre en Belén hasta la cruenta cruz en Calvario, su vida estuvo marcada por la ausencia de bienes, no tenía ni donde reposar su cabeza. ¿Qué? ¡El mejor abogado del mundo no tenía ni su propia almohada! Y no hay que preguntar si es buen abogado. Pues con su resurrección de los muertos declaró que ya había ganado el caso de todo ser humano. Cuando Él resucitó de los muertos, resucitó la raza humana entera. Con ese anuncio llega la fe. La fe se da para creer. Y ahora está en tus manos. La fe es decir “Sí” a lo que ya Jesucristo hizo a tu favor. Y todo lo que Él ganó será tuyo, hasta la eternidad. ¿Lo crees? O ¿estás bromeando con los otros presos….?
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