“El Paletero Tocado”

“El Paletero Tocado”

El paletero se había estacionado en una acera cerca de una escuela mientras los escolares salían a sus casas. Unas niñas en la temprana adolescencia, se acercaron. “¿Qué paletas tiene?” “Las que gusten, niñas”, respondió sonriente abriendo la tapa del carrito. “Quiero esta de mango y para mi amiga esta de coco”. “Son $5.00 dólares”. “¿A poco no eran $1?” “Esas son las otras”. “Ay, pero no más tenemos $2”. “No le hace niñas, hagamos un trato”. “¿Cuál?”, respondieron. “Me dejan tocarles esa cabellera tan linda, y les regalo las paletas”. Al día siguiente se repitió la historia. Esta vez el paletero les regaló paletas para que le tocaran su cabello. Al día siguiente, el paletero ofreció paletas y $20 a cada niña, pero su propuesta ya cruzó la raya a la indecencia. Las niñas, avisadas en el colegio de los toques indebidos, corrieron y pusieron la denuncia a sus padres. La policía vino, tomó nota, y con el permiso de los padres, trazaron un plan. Al día siguiente, las niñas se dirigieron otra vez al paletero, quien después de un corto coqueteo, propuso lo mismo del día anterior. Instantes después, varios policías rodearon al paletero, y lo arrestaron por proponer actos morbosos e indebidos a dos menores de edad. La policía había instalado escuchas electrónicas en los morrales de las niñas, y todo quedó grabado. ¿La sentencia? 6 años de cárcel, e inscripción en el Registro de Pedófilos por el resto de su vida.
La Escritura nos relata de otro tipo de toque. “Una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás [de Jesús] y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre. Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado?… porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando y se postró a sus pies. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz.” Al no haber sanidad para su enfermedad, le habían dicho que, por ser una gran pecadora, ella sufría como castigo de Dios. Pero en Jesucristo ella no vio condenación sino salvación. Con un valor que ahogó su vergüenza se acercó a Jesucristo. Ella no pensó, “si lo toco seré sanada”. En vez, “si lo toco, seré perdonada”. En ese toque de fe hubo un intercambio de sangres. Su sangre de pecadora pasó a Él, y su sangre de Perdonador pasó a ella. Por ese toque de fe, es decir, por la sangre de Cristo, ella quedó perdonada, y por ende sanada. Su flujo cesó de inmediato, porque tocó Aquel de quien fluyó sangre para perdonarla. Sangre por sangre. Culpa por perdón. Inscrita en el Registro de los salvos en el reino de Dios, y por toda la eternidad.

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