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El casi héroe de la historia

Tres jóvenes y un señor ya de tercera edad, todos conocidos, habían estado departiendo en un cumpleaños. El señor de mayor edad se ofreció de conductor para el regreso, y por tanto se abstuvo de tomar alcohol. Poco después de la media noche se despidieron, subieron al coche y comenzaron su viaje de regreso. Pero un ruido en una llanta y pérdida de velocidad le advirtió al chofer que una llanta se había averiado. El chofer se orilló y los muchachos enseguida se ofrecieron a cambiar la rueda, pero se dieron con la ingrata sorpresa que el repuesto estaba desinflado. Todavía estaban lejos del pueblo, y la zona era todo un arenal, había brisa, y estaban fuera del área de comunicación de sus celulares. La autopista era de gran velocidad y nadie se detenía a prestarles ayuda. Mientras lamentaban y maldecían su suerte, llegó una patrulla. El agente pidió a todos los hombres  que formaran línea. Al darse cuenta que algunos venían ebrios preguntó, “¿Quién estaba manejando?” Sin titubear, el señor de edad respondió, “Yo, señor agente”. Pero el policía no le prestó atención, pues volvió a preguntar. Ante eso, uno de los jóvenes se acercó al agente y con la valentía de un borracho dijo, “Yo, señor agente. Ese señor no estaba manejando. Yo venía manejando”. El padre de ese joven y el chofer eran compadres y viejos amigos, y el joven quiso proteger al amigo de su padre. Pero no recordó en ese momento que dos años antes había sido arrestado y condenado por manejar ebrio. Y cuando le pasó la borrachera en la comisaría se dio cuenta que sería acusado por manejar ebrio por segunda vez. Demasiado tarde retractó su heroísmo. Fue llevado a juicio.
La humanidad tiene un héroe que jamás se retracta de lo que hizo. Ofreció tomar nuestro lugar hasta las últimas consecuencias. La Escritura dice, puesto que Él sufrió el castigo de Dios en nuestro lugar, “No se avergüenza de llamarnos hermanos” (Hebreos 2:11). Eso sí es heroísmo. Nos vio en la borrachera de nuestro egoísmo silencioso, en los fracasos de nuestras mejores intenciones, en nuestras hipocresías hacia nuestras propias amistades, y dijo “No te eches la culpa. Para eso estoy yo. Eres mi pariente, mi propia sangre, mi propia raza”. Él mismo se echó la culpa y gustó la muerte en nuestro lugar. “Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. Sufrió la muerte en su cuerpo, pero volvió a la vida por medio del Espíritu” (1 Pedro 3:18). Fue llevado a juicio para que nosotros saliéramos libres. Fue muerto para que por medio de su resurrección tengamos vida. Su vida es nuestra vida. Jamás negará que somos suyos. Su vida es nuestra realidad después de la muerte. No trates de manejar el coche averiado de tu vida. ¡Él ha estado al volante toda nuestra vida!

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haroldocc@hotmail.com

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