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Pendenciero de guerra

Su cuello había sido salvajemente cortado y la parte baja de su cuerpo hecha tajos, como si hubiera sido obra de la locura de un maníaco.

Lo llamaban el Pendenciero de guerra. Era el año 1942. Un loco recorría las calles de Londres, Inglaterra.

Durante la segunda guerra mundial, Londres, Inglaterra era un caldo de cultivo para las tropas aliadas para jugar y trabajar. Las plantas de defensa humeaban de actividad, fabricando implementos de guerra. Los días de pago, los bares se llenaban de civiles y hombres de servicio, todos esperando pasarlo bien. El tétrico zumbido de la noche de Luftwaffe sumaba al sentido de urgencia para los buscadores de placer.

Bajo estas circunstancias, el negocio de las prostitutas florecía. Como las prostitutas de cualquier otro lugar, estas chicas sabían que estaban en un negocio lleno de riesgos, y que podían encontrarse con alguien que no estaría satisfecho con recibir favores sexuales normales.

En 9 de febrero de 1942, uno de estos maniáticos emergió de entre los miles de soldados en Londres.

Ataque en el refugio antiaéreo

Evelyn Hamilton, 40 años, era una química que estaba visitando Londres antes de cambiarse a un trabajo nuevo en Lincolnshire. Su cuerpo fue hallado en el refugio antiaéreo de Marylebone. Por la posición de su cuerpo, parecía que había sido tirada dentro del refugio. Hamilton había sido asesinada por estrangulación manual. Una chalina estaba atada ajustadamente alrededor de su cara, cubriendo su nariz y su boca.

Al día siguiente, el cuerpo de Evelyn Oatley, 35, fue encontrado en su apartamento del Soho, desnudo y tirado como una muñeca de trapo en su cama. Su cuello había sido salvajemente cortado y la parte baja de su cuerpo hecha tajos, como si hubiera sido obra de la locura de un maníaco durante un ataque sexual. La policía encontró un abrelatas bañado en sangre, cerca, en el piso. Intentaron rastrear las actividades de Oatley antes del ataque, pero lo más cerca que encontraron fue que alguien la había visto con un apuesto aviador parando un taxi cerca de Picadilly Circus la tarde anterior.

Justo tres días después, el 13 de febrero, la policía recibió otra llamada. Los vecinos habían comenzado a preocuparse por la Srta. Margaret Campbell Lowe, una prostituta de 43 años. Ella tenía un apartamento de una habitación en la calle Gosfield saliendo de la ruta Tottennman Court, y no había sido vista durante días. Los detectives forzaron la puerta de su apartamento. Debajo de un acolchado sobre su cama, encontraron el cuerpo desnudo de Lowe. Alrededor de su cabeza había una chalina, y la parte baja de su cuerpo había sido horriblemente mutilada.

La habitación fue empolvada en busca de huellas digitales. De modo diferente a los asesinatos anteriores, esta vez los detectives encontraron varias huellas. Si alguna vez descubrían al asesino, podrían identificarlo de forma positiva.

Mientras que la investigación del cuerpo de Lowe se encontraba en las etapas más tempranas, los detectives recibieron otra llamada. En el Susex Gardens, Paddington, otra mujer muerta había sido hallada.

Nuevamente había signos de haber sido el ataque de un loco. El cuerpo de Doris Jouannet de 32 años, había sido lanzado sobre su cama. Había sido atada ceñidamente con una chalina sobre su boca y su nariz. Sus formas desnudas mostraban, las ahora familiares heridas hechas a cuchillo en la parte baja de su cuerpo.

Era evidente, para la policía, que había un loco suelto en las calles de Londres. Los titulares contaban sobre la existencia de una ola frenética asesina. Si éste aparecía en la escena en cualquier otro momento de la historia, habría llegado a las noticias a nivel mundial. Más allá del momento, el Pendenciero de guerra, como lo llamamos nosotros, hizo mella en la prensa británica. Después de todo, cuatro mujeres habían sido salvajemente asesinadas desde el 9 de febrero al 13.

Luego, en la misma noche del 13 de febrero, Greta Heywood se encontró con su asesino y pudo vivir para contarlo. Heywood estaba en un bar de Picadilly cuando un aviador joven y apuesto se le acercó. Él se ofreció a invitarle un trago en otro bodegón, cercano. La Srta. Heywood accedió a esta propuesta con la condición de volver al bar, ya que tenía una cita para cenar. Ella dijo luego, que su nuevo acompañante era un hombre placentero y encantador. En el momento en que salieron a la calle de una Londres oscura, el aviador la tironeó hasta el pasillo del refugio antiaéreo. Sin una palabra, él empezó a estrangularla. Mientras él peleaba con la atemorizada mujer, ella dejó caer una linterna. Golpeó contra la acera, y el ruido atrajo la atención de un peatón. El aviador lo escuchó acercarse y escapó inmediatamente. Sin duda, la curiosidad del paseante salvó la vida de Heywood. En su apuro por abandonar la escena, el atacante dejó caer su máscara de gas. El nombre de su dueño y su número estaban en la máscara—aviador Gordon Frederick Cummins.

Encantador

Dos horas luego del ataque del Heywood, el pendenciero atacó nuevamente. Esta vez, la víctima era la Srta. Catherin Mulcahy, una prostituta. Fue levantada por el encantador estrangulador, y llevada en taxi hasta su departamento. Una vez dentro, él inmediatamente trató de estrangularla. Ella gritó y luchó por su vida hasta que él escapó.

La mañana siguiente, Cummins de 28 años, fue rastreado y arrestado. La evidencia en su contra era abrumadora. Sus huellas digitales empataban con aquéllas halladas en dos de las escenas de asesinato. Con sus pertenencias la policía encontró una caja de cigarrillos y una pluma fuente que le pertenecían a dos de las víctimas.

Cummins fue juzgado por asesinato en Old Bailey. A pesar de la gran cantidad de evidencia en su contra, él negó haber matado a alguien. Varios testigos declararon y hablaron de la reputación de Cummins de ser encantador, educado y extremadamente simpático para los miembros del sexo opuesto. A través de todo el proceso, Cummins le sonrió a su esposa, quien nunca dudó de la inocencia de su marido. Cummins jamás expresó remordimiento por lo que había hecho, y nunca admitió tener noción sobre estos crímenes.

Nadie nunca sabrá qué tipo locura se le metió en la cabeza durante esos cuatros días de 1942. El 25 de junio de 1942 subió las escaleras del patíbulo erguido y con la mirada fija.

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