“No tengo que ser maleante para hacer cosas malas”

“No tengo que ser maleante para hacer cosas malas”

“Es que la moto frenó muy recio, no me di cuenta.” “Señor, su prueba de alcohol salió con .14, ya son seis puntos sobre el límite de .08”, respondió el abogado defensor. “Pero yo no estaba tomado, estaba en todos mis cabales, no pasó nada. Le topé tantito a la moto por atrás, es todo”. “Precisamente”, agregó el abogado, “ese es el problema con manejar alcoholizado. El chofer no se da cuenta que ha perdido un ‘tantito’ de tiempo para reaccionar. Pero usted lo comprobó. Usted más bien pensó que la moto frenó muy recio. No. La moto frenó normal. El alcohol en su cerebro le atrasó su tiempo de reaccionar. Por eso usted chocó la moto por atrás. Y no fue ‘tantito’ no más. La moto fue a parar a tierra, y el chofer con su pasajera se cayeron”. “Pero no les pasó nada”, disputó el acusado. “Escúcheme”, respondió el abogado un tanto enfadado. “Yo soy ciclista amateur. Salgo a practicar por todas estas rutas. ¿Sabe lo que más miedo me da cuando practico? Gente como usted que se cree buena. Pero es gente buena como usted que me puede matar. ¿Qué tal si en vez de la moto usted me choca a mí en mi bicicleta? Me ¡mata o me rompe el cuello!” El joven guardó silencio. Después de un profundo suspiro respondió, “Tiene razón, uno no tiene que ser maleante para hacer cosas malas”.
Con esas pocas palabras el joven emprendió su recuperación. La Escritura dice, “El temor de Dios es el principio de la sabiduría”. Cierto. Pero ese temor de Dios viene porque Dios mismo nos enseña a temer todo lo malo que podemos hacer sin ser maleantes. Un maleante se dedica a hacer lo malo. La mayoría de nosotros nos dedicamos a hacer lo bueno, pero no obstante hacemos cosas malas. Sin querer, ofendemos a nuestro prójimo. No conocemos nuestra verdadera capacidad de hacer el mal. El salmista exclamó: “¿Cómo puedo conocer todos los pecados escondidos en mi corazón? Límpiame de estas faltas ocultas” (Salmo 19:12). Esa pregunta tiene una sola respuesta: Mirando a Jesucristo crucificado a tu favor, en tu lugar. Porque allí en la cruz, el mero Hijo de Dios tomó todos los pecados escondidos en nuestro corazón, como también los que no nos son tan escondidos, y murió por ellos. Es bastante grave que se requiera la muerte de un ser totalmente inocente para que caigamos en cuenta la tremenda capacidad de hacer el mal que nos oprime. Y la grandeza de nuestro mal está en que nos justificamos cuando pecamos. Lo tratamos de “tantito” en vez de confesar “y perdona nuestros pecados…” Siguiendo el hilo de nuestra historia, nosotros atropellamos a Cristo estando ebrios en nuestros pecados. Murió. Pero al tercer día resucitó para darnos un eterno abrazo de amor y paz, perdonándonos para siempre. En otras palabras, nuestro castigo es ¡ser eternamente amados, y tanto, y “tantito” más y más!

Comentarios:
haroldocc@hotmail.com

Share