“Jugando con Candela”

“Jugando con Candela”

Los dos hermanos se presentaron ante el juez. Uno de 16 y el otro de 15. ¿El presunto delito? Tenencia de un encendedor en la escuela. El guardia los encontró jugando con la candela, y les dio la citatoria para ver al juez. Ahora, el juez hablaba con el primero. “Dígame, joven, ¿por qué tenía un encendedor en el bolsillo?” “Es que en la casa yo enciendo los fogones para el desayuno, y por descuido me lo puse en el pantalón”. “Y, ¿acaso no hay otra manera de encender el fogón?” “No, su señoría. Es una cocina vieja. Hay que mover la palanca para que escape el gas, y entonces se enciende la lumbre con el encendedor”. “Bueno, digamos que usted tiene la razón, joven. Pero, ¿no será que también por descuido usted usa el encendedor para fumar marihuana?” “¡No su señoría! Nunca tocaría esa hierba.” “Bien, déjame pensarlo unos minutos. Llamemos el siguiente caso”. El joven salió de la sala y entró su hermano. Las preguntas y las respuestas fueron iguales. Hasta que el juez preguntó de la marihuana. “Sí su señoría, yo también uso el encendedor para fumar la hierba, lo confieso”. “Y, ¿conoces a alguien más que fuma?” “Bueno, señor juez, no sé si mi hermano le dijo que él también…” “Basta”, interrumpió el juez. “No digas más…” El último quedó perdonado, y el primero fue castigado.
Al principio de la historia sacra, se relata que Dios citó a los primeros hermanos, Caín y Abel. “Han pecado los unos contra los otros. Traigan el sacrificio que le enseñé a sus padres”. Días después, se presentó Caín. Cargaba una enorme bandeja con las más hermosas frutas y verduras. Las había cultivado con mucho esmero, y estaba orgulloso de su trabajo. Parecía que dijera, “Oh Dios, yo no tengo faltas. Mire estos frutos: ¡perfectos! Yo amo a mi hermano, pero compare nuestros frutos. Él es descuidado y no trabaja tanto como yo. Aquí está la prueba en estos bellos frutos”. Luego se acercó Abel ofreciendo un corderito. “Este sacrificio es el que Usted enseñó a nuestros padres. Es la promesa de un Cordero humano que vendrá y será sacrificado por nuestras faltas, y yo confieso las mías. Ni merezco el perdón que Usted me promete en ese Cordero, pero se lo ofrendo por la fe”. “Y el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su ofrenda” (Génesis 4:4). La reacción de Caín muestra lo que en verdad había en su corazón: odio. Tanto se molestó por el rechazo de sus buenos frutos, que mató a su hermano. ¡Y él presumía de sus buenas obras! “Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía” (Hebreos 11:4). Y, ¿de qué hablan tus ofrendas?”

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