Falsa ciencia

La ciencia es, para nuestro mundo actual, sinónimo de panacea iluminadora y tótem incuestionable. Sus métodos tienen el fulgor de la objetividad y sus representantes se consideran paladines de la verdad. Sin embargo, la realidad no se parece a esta utopía laica. Muchos olvidan, por ejemplo, el papel justificador que tuvo la ciencia en movimientos tan aborrecibles como la higiene racial o la eugenesia. No es infalible.
Es más, la última edición de la revista Science (16.07.2021) nos informa de los resultados de la Encuesta Nacional Holandesa sobre Integridad en la Investigación, hecha entre 6,800 científicos: “Más de la mitad de los científicos neerlandeses incurren regularmente en prácticas de investigación cuestionables, y uno de cada 12 admite haber fabricado o falsificado los resultados de la investigación”. Se trata de una confesión pública, la verdad podría ser peor.
Esto no asombra a algunos que citan estudios anteriores al respecto. Por ejemplo, un estudio de la Universidad Stanford (2009) titulado “¿Cómo fabrican y falsifican la investigación muchos científicos? Una revisión sistemática y metaanálisis” ya había descubierto que “1,97% de científicos admiten haber fabricado, falsificado o modificado datos o resultados al menos una vez, y hasta 33,7% admiten otras prácticas de investigación cuestionables”.
Hay un creciente desprestigio científico, al punto que la revista Muy Interesante afirma en “La ciencia es mi pastor” (01.2021) que “para los historiadores y sociólogos posmodernos de la ciencia, esta no descubre leyes naturales, sino que llega a consensos influidos por la ideología dominante. La ciencia no sería más que un constructo social”. Algo de razón debe tener ya que, desde hace tiempo, el sesgo científico por justificar lo “políticamente correcto” es más que evidente.
Desde que, en 1973, por una simple votación y sin ningún estudio científico, se retiró la homosexualidad del catálogo de enfermedades, se financian y publican todo tipo de investigaciones científicas “progresistas” y se vetan las “indeseables”. Esto quedó claramente demostrado en 2018 cuando tres académicos —Helen Pluckrose, James A. Lindsay y Peter Boghossian— publicaron, durante un año entero, falsos artículos académicos sobre cuestiones de género, raza o sexualidad en prestigiosas revistas, sin mayor problema.
Parece que la verdadera ciencia se está perdiendo. Sus raíces de objetividad realista, que nacieron del antiguo consenso judeo-cristiano de Europa, se están secando por causa del contubernio actual que mantiene con la ideología progresista. Algo debe hacerse al respecto o lo único que nos quedará pronto será falsa ciencia.

 

 

Science is, for our world today, synonymous with illuminating panacea and unquestionable totem. Their methods have the brilliance of objectivity, and their representatives consider themselves champions of the truth. However, the reality does not resemble this secular utopia. Many forget, for example, the justifying role science played in such abhorrent movements as racial hygiene or eugenics. It is not infallible.
Furthermore, the latest edition of the journal Science (16.07.2021) informs us of the results of the Dutch National Survey on Research Integrity, conducted among 6,800 scientists: “More than half of Dutch scientists regularly engage in research practices of questionable research, and one in 12 admits to having fabricated or falsified the research results.” This is a public confession; the truth could be worse.
This does not surprise some who cite previous studies on the matter. For example, a Stanford University study (2009) titled “How do many scientists fabricate and falsify research? A systematic review and meta-analysis “had already discovered that” 1.97% of scientists admit to having manufactured, falsified or modified data or results at least once, and up to 33.7% admit other questionable research practices.”
There is a growing scientific discredit, to the point that ‘Muy Interesante’ (Very Interesting) magazine affirms in “Science is my pastor” (01.2021) that “for historians and postmodern sociologists of science, science does not discover natural laws, but rather reaches consensus influenced by the dominant ideology. Science would not be more than a social construct.” Something of reason must have since, for a long time, the scientific bias to justify what is “politically correct” is more than evident.
Since, in 1973, by a simple vote and without any scientific study, homosexuality was removed from the catalog of diseases, all kinds of “progressive” scientific research have been financed and published and the “undesirable” ones are vetoed. This was clearly demonstrated in 2018 when three academics – Helen Pluckrose, James A. Lindsay and Peter Boghossian – published, for a whole year, fake academic articles on gender, race or sexuality issues in prestigious magazines, without much problem.
It seems that the true science is being lost. Its roots of realistic objectivity, which grew out of the old Judeo-Christian consensus in Europe, are drying up because of the current collusion with progressive ideology. Something must be done about it or the only thing we will soon be left with will be false science.