“Eso fue susto, no gracia”

“Eso fue susto, no gracia”

“Señor, hace cuatro semanas le pedí que fuera a doce juntas de Alcohólicos Anónimos. Aquí usted me trae firmas por sólo diez. Faltan dos. Le pedí que fuera a esas juntas por ser su segunda vez de manejar tomado. O ¿será que tengo que encerrarlo para que aprenda a contar?” El hombre temblaba. “Es que tengo una explicación, quiero hablar con un abogado”. “Hable con el abogado, pero ¡aquí se queda!” La historia del señor fue fascinante, y creíble. “Estaba resfriado. Pasé por la casa de mi hermana donde me quedé dormido viendo tele. A la 1:30 de la madrugada me desperté con mucho dolor a la garganta. En la mesa de la cocina había un rociador para quitar el dolor de garganta. Como ni podía tragar saliva por el dolor, me rocié la garganta al menos cuatro veces. Tomé mi coche hacia mi casa y fue cuando me chocaron en la esquina. Llegó un policía. El agente me exigía que saliera del coche porque olía alcohol en mi aliento. Me hizo soplar varias veces en la maquinita y me dijo que había salido tomado. Me llevó a la comisaría. No sé qué pasó”. “¿Cómo se llama esa medicina?” preguntó el abogado. Al escuchar el nombre, el abogado respondió: “Esa medicina tiene alcohol. Se le impregnó en la boca y usted sopló puro alcohol en el alcoholímetro. Hablaré con el juez”. Pero el juez no creyó la historia. Le recordó al acusado que era la segunda vez, y que le faltaban dos juntas. “Tendré que encerrarlo”. El rostro del señor se bañó en lágrimas. “Mis tres hijos, señor juez”. “¡Hubiera pensado en ellos antes de tomar!” En eso yo tuve que salir de la sala. Días después me encontré al juez, y le pregunté que había pasado con el señor del resfrío. “Lo dejé libre”. “¿Cómo?” respondí. “Entonces usted le extendió la gracia”. “¡No!” replicó el juez. “Eso se llama susto, no gracia. ¡Tengo que asustarlos para que obedezcan!”
Muchos piensan lo mismo de Dios. Que la religión solo sirve para asustar a la gente, y después que les pasa el susto, vuelven a lo mismo. Pero la verdad es que la Escritura dice que “el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Igualmente, “En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros” (1 Juan 3:16). El juez de nuestra historia no fue injusto. Estaba actuando conforme a la ley, por eso usaba la ley para infundir temor. Pero respecto a Dios y la humanidad, Jesús el Cristo se puso entre la Ley y nosotros. Ahí exclamó: “¡Que el castigo justo de la Ley caiga sobre mí, y no sobre estos pecadores!” Y así fue como subió a la cruz en tú lugar, y en mi lugar. Y el que comprende esto, comprende que es amado. Y ese amor echa afuera tu temor. Por tanto puedes vivir para amar y ser amado.
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