A días de inauguración, Beijing en el ojo del huracán
El traslúcido camino que seguía Beijing hacia los deseados mejores Juegos Olímpicos de la historia se ha complicado de tal modo en las últimas semanas que, cuando quedan cien días exactos para que se alce el telón, China es objeto de todas las miradas más por cuestiones extradeportivas que olímpicas.
“Espero que la gente no mezclará asuntos irrelevantes con los Juegos Olímpicos”, dijo ayer Jiang Yu, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, refiriéndose al clamor internacional para que China respete más los derechos humanos.
Demasiado tarde. A estas alturas sólo la prensa china insiste en la bonanza de las instalaciones olímpicas, en el gran trabajo de los voluntarios o los carísimos y titánicos esfuerzos de Beijing por controlar las emisiones de CO2 y ofrecer un aire respirable durante la competición.
La tan traída contaminación de Beijing, objeto de un contundente informe negativo de Naciones Unidas a finales del año pasado y culpable de la ausencia del plusmarquista mundial de maratón Haile Gebreselassie en el evento, ha perdido vigencia en favor de asuntos más graves.
Las protestas del 14 de marzo en Tíbet, que se saldaron con la muerte de 19 personas, según el Gobierno, y de 200 tras la represión de las autoridades, según el gobierno tibetano en el exilio, sirvieron de detonante para alimentar la traca de protestas que ha ido explotando coincidiendo con el recorrido de la antorcha.
La lógica indica que la antorcha debería avanzar con total placidez durante los cien días que le quedan para llegar a Beijing, toda vez que hoy aterrizó en Hong Kong, territorio chino.
Sin embargo, según pudo saber Efe, la cadena pública de televisión CCTV decidió ayer suspender la conexión en directo que había programado para la llegada del fuego por temor a que simpatizantes de la causa tibetana arruinasen una vez más la fiesta. Atrás han quedado siete duros años de trabajo en los que Beijing consiguió una notable implicación de su gente; siete años con el único objetivo de componer un escaparate con los mejores Juegos Olímpicos de la historia para enseñar al mundo que China es un país moderno, desarrollado, tolerante y pacífico.
Quedan cien días para la ceremonia de apertura y ese objetivo, a estas alturas, parece una auténtica quimera.
“Hemos honrado nuestro compromiso con los Juegos Olímpicos”, dice Jiang, que recuerda que, salvo el Nido, todos los estadios están listos; que Beijing tiene 100 mil voluntarios; que los trabajos para garantizar la seguridad van por el buen camino y que “el relevo de la antorcha avanza sin problemas”.
Pero eso es sabido. China ha puesto todo de su parte para dar lustre al olimpismo. Pero justo ahora, cuando queda un suspiro para que empiece la competición, ya casi nadie piensa en los Juegos Olímpicos de Beijing únicamente como el más importante evento deportivo de los últimos cuatro años.
Incluso el COI, normalmente esquivo, alzó la voz a través de su presidente, Jaques Rogge, en su última visita a Beijing, en la que pidió a China que cumpla su “compromiso moral” con los derechos humanos.
Con esa declaración, que luego trató de suavizar, el COI se puso del lado de organizaciones como Amnistía Internacional, Reporteros Sin Fronteras o Human Rights Watch, que han encontrado en los Juegos Olímpicos el perfecto altavoz para sus reivindicaciones.
Hoy mismo, el Club de Corresponsales Extranjeros en China ha aprovechado la fecha para “instar a las autoridades gubernamentales a investigar las amenazas de muerte”, que están recibiendo algunos periodistas por parte de gente que entiende que las informaciones de los extranjeros sobre China son parciales y están contaminadas.
Toda esta situación, no ha hecho sino retroalimentar el ya de por sí exacerbado nacionalismo del gigante asiático. Si los Juegos Olímpicos eran un asunto de Estado, se han convertido ya en una cuestión de honor, lo que se traducirá de algún modo en las gradas de los estadios a partir del día 8.