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“Se me fue de las manos”

Vestido en el traje naranja de la cárcel el joven de 22 años esperaba que se dictara su condena. Cierto día tres años atrás, gastó su último centavo comprando una bolsita de $20 dólares de cocaína. En dos días la consumió toda. Meses atrás se había robado una pistola de la casa de un pariente. Ahora puso su plan en marcha. Fue al negocio de la esquina, y blandeando el arma pidió al cajero que le diera toda la plata. A los pies del cajero jugaba su niño de tres años. Para apurar al cajero el muchacho también apuntó la pistola al niñito que jugaba carritos a los pies de su papá. El cajero de inmediato vació la caja y le entregó $500.00 al muchacho. Mientras recibía el dinero le decía al cajero que si reportaba el robo a la policía iba a llorar la muerte del “chamaquito ese que tiene ahí”. Tres días después el ladroncillo regresa al negocio y con una mirada amenazante se lleva varias bebidas. Pero el cajero estaba preparado. Había instalado una alarma silenciosa. En pocos minutos la policía atrapó al delincuente con las manos en la masa. Ahora en el tribunal el juez se preparaba a dictar la sentencia. La madre en la audiencia de la sala secaba sus lágrimas con su pañuelo. “¿En qué momento se me salió de las manos?” repetía.
Hoy muchos acusan a Dios que la humanidad se salió de sus manos. El ser humano se ha convertido en el peor malcriado agrediendo contra todo, hasta consigo mismo. Pero la verdad es que cuando Dios creó al planeta, dejó al ser humano encargado de todas las cosas. Le dijo a nuestros primeros padres, “Quiero que se reproduzcan, que se multipliquen, que llenen la tierra y la pongan bajo su dominio” (Génesis 1:28). Los dotó de las mejores facultades para preservar nuestro planeta en un paraíso para todas sus criaturas. Pronto fue el mismo ser humano que se salió de las manos de su Creador. Quiso hacer todo a su manera sin amor, gracia, y gratitud. ¿El resultado? Odios, agresiones, luchas, guerras, contaminación de su propia alma y por tanto de su propio planeta. Pero Dios intervino hace 2,000 años. Llegó inesperadamente en carne humana, en el niño de Belén, “y por medio de Cristo, Dios hizo que todo el universo volviera a estar en paz con él. Y esto lo hizo posible por medio de la muerte de su Hijo en la cruz. Antes, ustedes estaban lejos de Dios y eran sus enemigos, pues pensaban y hacían lo malo. Sin embargo, ahora Dios los ha declarado justos por medio de la muerte de su Hijo, quien se hizo hombre. Dios lo hizo así para que ustedes pudieran presentarse ante él sin pecado y libres de culpa” (Colosenses 1:19-22). De esa realidad, jamás nos saldremos de sus manos. ¡Confiésalo, y es tuyo!

Haroldo Camacho, Ph.D. Historia redactada para proteger identidades.

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