<!--:es-->Salmón: ¡muchas razones 
para quererlo!<!--:-->

Salmón: ¡muchas razones para quererlo!

Ya sea fresco o ahumado, con su gran riqueza en proteínas y ácidos grasos de calidad, “trasmite” a quien lo consume gran parte de la energía y la tenacidad que le permiten remontar los ríos a contracorriente.

¿Ha visto en la Naturaleza o al menos en un documental, la encarnizada lucha de los salmones para remontar un río? Es toda una proeza, la de este animal que nace en las aguas dulces de los ríos, migra a las aguas saladas donde crece, y vuelve de nuevo al río que le vio nacer, para reproducirse.

No se sabe cómo se orienta el “salmo salar” en su largo peregrinaje de ida a vuelta a su río natal, en el que sortea todo tipo de obstáculos, y se cree que incluso es capaz de retornar al mismo sitio donde nació para procrear allí mismo.

Lo que si se sabe con certeza es que la carne de esta prodigiosa criatura es un alimento tan apetitoso para el paladar como beneficioso para la salud, y plena de nutrientes para el organismo.

Según algunos expertos, toda la fuerza, vitalidad y entusiasmo que pone este pez, que vive en los océanos Atlántico y Pacífico, en desarrollar su titánico esfuerzo fluvial, es la misma que aporta su deliciosa y rosada carne a todos aquellos que la ingieren.

Buena parte de las bondades del salmón, y de otros “pescados azules”, provienen de su grasa, rica en los saludables ácidos grasos poli-insaturados omega-3.

Esta “familia” de sustancias grasas participa en infinidad de procesos fisiológicos, y son precursores en el cuerpo de sustancias anti-inflamatorias, antihipertensivas y protectoras, entre otros beneficios para la salud.

Los Omega 3, que algunos expertos han bautizado como “la grasa de la vida”, contribuyen a prevenir la aparición y diseminación del cáncer de mama, al reducir el efecto de estímulo de los estrógenos, y también a combatir las enfermedades que implican inflamación, como el asma o la artritis, al aportar al organismo las materias primas que necesita para evitar y controlar estos desórdenes.

Estos ácidos grasos del salmón ayudan a reducir el riesgo de ataque cardíaco, debido a la acción anticoagulante de algunos de sus componentes, y asimismo a disminuir la incidencia de la arteriosclerosis y otros males cardiovasculares, debido a que reducen la presencia en la sangre y las arterias de grasas como el colesterol o los triglicéridos.

RECOMEDNACIONES

DE CONSUMO

Por otra parte, los Omega 3 favorecen la mejora de la actividad cerebral y la capacidad de memorizar y aprender, así como la prevención de la depresión y el Alzheimer, debido que son un componente clave de los lípidos del tejido del cerebro.

¿Cuánto salmón hay que comer? Aunque las cantidades recomendadas varían, todos los expertos aconsejan incluir siempre algún tipo de pescado azul en la dieta semanal.

La Fundación Británica de Nutrición recomienda consumir 1,25 gramos diarios de aceite de pescado, cantidad que se obtiene ingiriendo un poco menos de 100 gramos de pescado azul al día.

Según la doctora Rosa María Ortega, catedrática de Nutrición de la Universidad Complutense de Madrid, “una buena cifra es de 2 a 4 raciones de 150-200 gramos de pescado a la semana, cantidad que puede aumentar según el gasto energético de la persona, pero no amenaza la silueta, porque aunque el pescado azul aporta más calorías que el blanco, su cifra calórica no es alta”.

Según los expertos, el mejor salmón es el del Atlántico, sobre todo de Noruega. Su carne, más o menos rosada, se prepara a la plancha o la parrilla acompañada de salsas suaves, cuando es fresco, y es deliciosa marinada al eneldo o ahumada.

Para aprovecharlo mejor el pescado que se compra fresco debe tener los ojos y la piel brillantes y acuosos, la carne firme y no oler a amoníaco.

Al llegar a la casa, conviene guardarlo dentro del frigorífico, en un plato tapado con papel aluminio o plástico, que no chorree.

No hay que congelar el pescado fresco, ya que la congelación casera no ofrece las mismas garantías que la industrial.

Si el salmón se compra congelado, no hay que demorar demasiado su consumo ya que su calidad y conservación sufren con el paso del tiempo.

Para descongelarlo hay que sacarlo del congelador con antelación suficiente, poniéndolo en el frigorífico o el horno microondas.

Conviene freírlo en aceite muy caliente, para que su superficie se endurezca rápidamente, evitando que absorba mucha grasa.

Share