En Un Día Como Hoy…
Los hijos crecen de improviso. Y sin darnos cuenta, llega un momento en que los Padres quedamos huérfanos de ellos…
Nacen independientes de nosotros, como árboles murmurantes… Y vuelan de nuestro lado como palomas imprudentes.
Crecen sin pedir permiso, con una estridente alegría, y a veces con alardeada arrogancia.
Un buen día, se sientan cerca de ti… y con increíble naturalidad, te dicen algo que te indica, que esa criatura, hasta ayer en pañales y pasitos inseguros, ha crecido. ¿Cuándo creció que no lo percibimos?…
¿Dónde quedaron aquellas fiestas infantiles, sus bailes solitarios frente a sus juguetes, sus juegos en casa, la bicicleta, los paseos al campo y los cumpleaños con payasos? Y les vimos felices a través de un pastel y una mesa llena de globos, hamburguesas y gaseosas.
Hay un período en que los padres nos vamos quedando huérfanos de hijos. Ya no los esperamos a las puertas de sus fiestas o los cines. Pasó el tiempo del fútbol, la natación…
Y aquí estamos nosotros con el pelo cano… sentados al volante, esperando que salgan de sus clases… Con su rostro feliz… sus cabellos largos y revueltos… Les vemos llegar con su uniforme y sus incómodas mochilas a la espalda…
Sin que nos diéramos cuenta, salieron del asiento de atrás y pasaron al volante de sus propias vidas. Han ido creciendo al ritmo de la vida y la desobediencia de las reglas. Pero siguen siendo nuestros hijos; esos que amamos a pesar de las tormentas, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y las extenuantes horas de trabajo.
Ellos crecieron observando, aprendiendo de nuestros errores y aciertos… principalmente, de aquellos errores que esperamos no los repitan…
Pensamos… que por las noches, deberíamos habernos acercado más seguido a su cama, para escuchar su alma respirando. Darnos tiempo para escuchar sus conversaciones y confidencias infantiles. Contemplar con nostalgia aquellas paredes cubiertas de posters, las agendas coloridas, sus muñecos de peluche y apreciar su música estridente.
Pero a pesar de todo, crecieron sin que agotáramos todo nuestro afecto. Al principio nos acompañaban al campo, a la playa, a paseos y reuniones de amistades… Compartíamos cumpleaños, Navidades y todos los Años Nuevos…
En una abrir y cerrar de ojos, llegó el tiempo en que viajar con los padres se transformaba en esfuerzo y sufrimiento. No podían dejar de lado a sus amigos, ni a sus primeros amores…
Y llegó ese extraño momento… en que sólo nos conformamos con mirarles a lo lejos… en silencio, esperado que sepan elegir adecuadamente la búsqueda de su felicidad, y que conquisten el mundo del modo menos difícil.
Para entonces… ya hemos quedado exiliados de los hijos… Ahora solo nos acompaña la soledad… esa, que siempre habíamos temido…