Cuando política era cosa seria…

Entrevista a Richard Nixon… una parte muy importante de la historia de los Estados Unidos, vista desde su protagonista (Segunda Parte)
Fuente: Revista Primera Plana, Nº 317, 21 de enero de 1969, páginas 52-54.

A continuación reproducimos la segunda parte de la entrevista realizada por el periodista inglés Kenneth Harris, a Richard Milhous Nixon, poco antes de asumir la presidencia, el lunes 20 enero de 1969.
¿Cómo entró en la política?
Por una invitación. Y fue una invitación muy agradable. En 1945 en mi circunscripción, una nueva ola de republicanos intentaba hacer triunfar sus puntos de vista contra los de los viejos republicanos establecidos en la región. Eran, si usted quiere, jóvenes republicanos aficionados que se levantaban contra los profesionales.
En mi circunscripción, un comité de selección, compuesto por alrededor de cien miembros, rechazó varias candidaturas y luego se puso de acuerdo para proclamar a un hombre llamado Walter Dexter, Director de Enseñanza en California. Dexter no quería presentarse. Pero se acordó de uno de sus alumnos de la Universidad de Whittier, pensando que sería un buen candidato. El viejo alumno era yo. Entonces, los republicanos me llamaron a Baltimore, donde yo estaba disponible. Hablé con Pat y ella me respondió: “Acepta”.
En alguna parte he leído que usted derrotó a un demócrata muy asentado, agitando, durante esa campaña electoral, el espantajo del comunismo.
Se ha exagerado un poco. Como muchos republicanos, insistí sobre el hecho de que los dirigentes políticos norteamericanos, hombres de Estado, Senadores, Diputados y aun los Alcaldes, no debían aceptar el vasallaje de los grupos sometidos a la influencia de los hombres políticamente hostiles a los Estados Unidos y que no deberían tener con ellos ningún lazo conocido y oculto. Durante mi campaña señalé, en numerosas oportunidades, el hecho de que mi adversario se beneficiaba con la investidura del Comité de Acción Política de la gran central sindical CIO. Ese comité incluía a muchos comunistas notorios. Públicamente debatí con mi adversario y lo interrogué sobre el caso. Las preguntas directas que le dirigía sobre la política y las afiliaciones de algunos de sus sostenedores fueron consideradas por varios de sus partidarios como una ofensa. No las eran… Gané esta elección y, en enero de 1947, partí para Washington como uno de los representantes de California a la Cámara baja.
Para algunos, usted aprobó la caza de brujas iniciada por el senador Joseph McCarthy. Para otros, usted contribuyó a vencerlo. ¿Cuál es la verdad?
¿Recuerda el clima de 1952? ¿Hasta qué punto los Estados Unidos vivían preocupados por el comunismo? Otros países también se sentían comprometidos ante la subversión comunista. Pero muchos republicanos como yo se preocupaban por los efectos negativos que podría provocar una mala orientación de esta inquietud. Yo pensaba que el senador McCarthy compartía precisamente ese resquemor. La cuestión era saber qué haría él. ¿Había que desanimarlo – a él y a otros como él – o alentarlo diciéndole que hacía más mal que bien?
Durante la campaña de 1952, cuando yo postulaba la vicepresidencia, persuadí al senador McCarthy de que no me ayudase. Desde el momento en que empezó a preguntárseme sobre McCarthy, respondí que para desembarazarnos de lo que se llamaba maccarthysmo era preciso llevar al poder una administración republicana capaz de resolver con rapidez y eficacia el problema de la infiltración comunista en el gobierno: era algo que las autoridades demócratas no habían conseguido. En los dos años siguientes, el senador McCarthy adoptó posiciones cada vez más extremas y emprendió su célebre investigación sobre el Ejército. Dije públicamente que hubo hombres a quienes alabé en el pasado por su trabajo para desenmascarar a los comunistas; pero después esos hombres se pusieron a hablar a tontas y a locas y emplearon métodos discutibles, creándonos un problema mayor que la causa en la cual creían. A menudo el Senador McCarthy decía: “¿Para qué preocuparse por ser justos cuando estamos disparando sobre ratas?”. Cierto día, en la televisión, me mostré de acuerdo con la idea de que los traidores eran ratas. Pero ya que se disparaba contra ratas, era necesario apuntar con justicia y no de cualquier manera. Porque cuando se apunta de cualquier manera se corre el peligro de errarle a las ratas y de alcanzar a una persona que también intenta matar ratas. A partir de entonces, el senador enderezó sus ataques contra la administración Eisenhower: la colocó en el mismo saco que a las administraciones de Roosvelt y Truman, a las que llamaba “las décadas de la traición”. Rápidamente perdió terreno.
¿Por qué supone usted que la perdió la elección de 1960?
Es difícil decirlo. Los observadores, en especial los expertos, responderían a esa pregunta mejor que yo. Por lo demás, algunos de ellos no se han puesto de acuerdo sobre algunos puntos importantes. Al principio de la campaña, hacia el 1º de setiembre de 1960, las encuestas revelaron que yo llevaba una ligera ventaja sobre Kennedy. Fue entonces cuando me golpeé la rodilla contra la puerta de un automóvil. La herida se infecto y tuve que pasar varios días en un hospital: en plena campaña, perdí un tiempo precioso. Se me había recomendado que redujera mis apariciones, y tal vez debí hacerlo, pero no quería decepcionar a las personas que contaban conmigo, que seguían mi programa y me exigían los mayores esfuerzos. No sé si es verdad que el hecho de mostrarme en la televisión algo pálido y fatigado conspiró contra mí, pero si se da el caso, puedo asegurar que eso sucedió porque yo me sentía verdaderamente fatigado y pálido. Se dice, pero tampoco sé si es verdad, que adoptamos estilos diferentes ante la televisión y que el de Kennedy tuvo más éxito. Consideré aquellos programas como una discusión entre dos personas. Es por eso que yo escuchaba atentamente cada uno de sus argumentos, tratando de refutarlos y de formular los míos. Mientras yo lo miraba y me dirigía a él, Kennedy le hablaba al público. Desde el punto de vista del contenido, Kennedy se atuvo más a una disertación que a un debate en el sentido ortodoxo.
Siempre se sostuvo que hubo fraude en Texas y en Illinois y que eso bastó para que usted perdiese la presidencia. Es sabido que se le pidió adoptar una actitud, acerca de esos hechos, y que usted se negó.
Sí. Aparte de verificar si se habían producido o no irregularidades en ciertos sitios, me animaba la convicción de que los Estados Unidos no podían soportar una larga crisis constitucional en ese momento de su historia. Por eso no alenté ninguna acción. Más allá de todo eso, numerosos analistas políticos dicen –y ya muchos lo dijeron entonces– que al cabo de ocho años de gobierno republicano el pueblo quería un cambio y que, fuera cual fuese el valor del candidato demócrata, habría ganado la elección. Y Kennedy era algo más que un candidato valioso.
¿Cuál fue su experiencia más desagradable como vicepresidente?
Las enfermedades del presidente Eisenhower –a quien yo veneraba como a un padre– fueron una penosa prueba humana; y también política, a causa de las responsabilidades que debía asumir. Es arduo encontrarse en una situación donde debe uno cargar con pesadas responsabilidades, sin poder tomar iniciativas. Esa es la diferencia entre ser presidente y ser vicepresidente. Pero el episodio más desagradable ocurrió durante mi visita a Caracas en 1958, cuando, como usted recordará, elementos comunistas poco numerosos desataron una sangrienta manifestación contra los Estados Unidos y contra sus propios dirigentes, ya que el ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela iba conmigo. Primero en el aeropuerto, y luego cuando marchábamos rumbo a la ciudad, un gentío nos lanzó gritos hostiles, salivazos, piedras. En sus rostros vi el odio.
¿Cómo reacciona usted ante este tipo de situaciones?
Lo más difícil viene después. El verdadero problema son las reacciones una vez que todo ha terminado. El resentimiento nos invade hasta tal punto que dejamos de pensar que esos manifestantes no representan a la mayoría. El hecho de conservar la vida, ayuda; y recobrar la sangre fría, es una cosa que reconforta. Debe uno, en esos instantes, recordar que ha ganado y que quien vence debe ser generoso. Si se halla uno en misión oficial, tiene también que pensar cuál será el efecto posterior, perdurable, del acontecimiento. La noche de aquellos incidentes dije, en una conferencia de prensa, que cuanto había sucedido era la terrible herencia de la dictadura de Pérez Jiménez. La dictadura engendra la violencia, y otra forma de dictadura surgirá de esta violencia si no es quebrado el círculo vicioso. Me considero un buen cristiano y pienso que el círculo vicioso de la violencia sólo se rompe con el amor; no el amor según el lacrimógeno sentido del término ni en el sentido del apaciguamiento, sino combinando las buenas acciones con la firmeza, contra el mal.

La proxima semana la ultima parte

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