Todos somos Odiseos

Lectura… poesía. ¡Qué palabras! Que inmensidad de infinitos alberga el rumor de sus prósperas letras. Y es que la lectura no es tan sólo de alfabetos, ni son las palabras las que forman los poemas, sino la creación de identidad que nos define como humanos ante esa marejada de emblemas residentes de un planeta y su universo circundante. Somos acordes que el tiempo ejecuta, arquetipos únicos de un mismo espejo llamado mundo que nos regresa prolijas latitudes de paisajes que se nombran vida humana y que no es otra cosa más que un reflejo individual e irrepetible del oleaje cotidiano de una historia circunscrita. La reacción sonora de un gong humanoide que interpreta la cultura de los seres que hoy vivimos y herederos del eterno abecedario de los sabios entes muertos. Toda poesía es poseedora de una llave que indistintamente nos elige para abrirnos o cerrarnos al destino de sus versos. No somos nosotros legatarios del sentido, es la poesía la que tiene la palabra, la que tiene el corazón en su escritura, la que pulsa sentimientos dentro y fuera de la boca.

El verso nos concede el despertar, levantarse y arrojarse un poco al mundo, despertar y abrir los ojos en el último pasillo de paredes tapizadas de almanaques del difícil laberinto donde vive a diario el alma. Despertar es vernos vivos, aun durmiendo, aun llorando, aun desdoblando las dichas y alisando las tristezas.

Ojos… miradas, todo en dos suburbios en el mapa de los rostros. No es mentira lo que vemos y aun sin embargo todo observamos sin la facultad humana de jurar por lo que vemos. Porque los ojos no son nuestros únicos ojos, también las manos son ojos, con ellas vemos nuestras propias letras y vemos los ojos de todo lo escrito a través de las manos de todo escribano a través de los siglos. Con las manos vemos el metal del día, la textura de las horas, la suavidad de otro cuerpo, la navaja de lo amargo, el ansiado terciopelo. Y así como las manos también el corazón es un par de ojos, con latidos parpadeantes que ven a los lejos lo externo del cuerpo y que observan por dentro el refugio del alma.

Y por todos esos ojos que nos forman como humanos es que conseguimos asomar nuestros sentidos al cerrojo de los tiempos, incrustado en una puerta acoplada a una casa de innumerables ventanas que nos observan desnudos, límpidos del no pecado y diáfanos de todo credo… una casa bien llamada: Poesía.

Hoy he visto en las noticias que han muerto soldados, mujeres vertiendo sus almas al fuego, niños sepultados por el cáncer, hombres muriendo indefensos y en defensa vulnerada; he visto mucha muerte en las pantallas y en las voces, y siempre me alejo pensando lo mismo: no importa el nombre del enterrador humano, no importa el contexto que ampare al humano, importa que aún mueran humanos por causas humanas.

La muerte es un boomerang ciego, a veces anda lejos en las calles de Paris, en los trenes londinenses, en los escombros humeantes de Bagdad, en los terremotos de Damasco, en un hospicio en Calcuta, en una estancia en La Habana, en un departamento de Caracas, en una casa en Santiago, en una mina de Zambia, en un harem paradisíaco en Marrakech. En este segundo en algún punto del mundo corta el boomerang el hilo que une cuerpos con las almas. Puede escucharse de pronto el zumbido, como un tsunami en el Asia, como un huracán caribeño. Puede venir por cualquiera en el tiempo que quiera, porque la muerte es abstracta y también necesaria. Dejemos a la muerte llegar sola, no pretendamos tenderle la mano… nunca desprecia el saludo.

La esperanza es aquello que nos hace regresar de nuestra guerra cotidiana. Por eso la guerra merece poemas, porque involucra el dolor de la sangre, ese líquido acezante y milenario que amenaza abandonarnos por motivos infinitos y tragedias que se olvidan.

Los atlantes son guardianes, las caras de piedra convocan estrellas, los stonehenges son tambores, las pirámides las flechas. Sólo la luna confiere la paz, sólo el sol sabe de guerras. No quiero hablar de las guerras, no quiero hablar de la paz, quiero hablar de poesía que involucra paz y guerra.

No todo es calma, el mar es el ejemplo más inmenso, el origen de los vientos y el camino de los barcos. Todos somos Odiseos, toda esta tierra se llama la Itaca.

Afuera las naves esperan. Homero vigila el juglar de los dioses.

La semilla de la paz es como el hombre, plena de caprichos y obsesiones que los años arrebatan. La mujer no es paz ni guerra, la mujer es la Itaca perfecta; su piel son sus playas, sus ojos la tierra, su pelo es el verde que corre infinito. Penélope no es la mujer que se queda, Penélope es la guerra misma que se perpetra en la Grecia, la Odisea bajo su pecho. Penélope es vientre que viaja en el viento, el perfume que despierta a los heridos, el riachuelo que divide los afluentes de Caronte y el arroyo bienhechor de un regreso enormemente suspirado.

Si el hombre es la espada que inventa la guerra, la mujer es el escudo que inventa a los hombres.

Quisiera decir que las guerras se terminan y los muertos no murieron, quisiera decir que las prisiones se derrumban y los presos no escaparon. Pero nuevas guerras surgen y nuevas prisiones se erigen, y los muertos ya no vuelven y los presos no recobran sus inviernos. Sólo queda el presente, el gran responsable. Sobre él recae toda esperanza. Ya el pasado se llevó esas cosas que una vez pudieron ser. Ya espera el futuro el partero del tiempo. Mientras tanto tenemos que hacer algo: tenemos que vivir en el respeto y plenitud. Tenemos que apremiar las soluciones. Tenemos que hacer sólidos los rostros, cimentar nuestras sonrisas, relegar nuestras desgracias. Tenemos que amar y dejarnos amar. Despolvar el amor por la tierra y el pómulo humano, el amor por decir y sentir la verdad.

Amor… la palabra más humilde. Por eso es de todos… como cada poesía.

Que nadie nos diga que no hacemos nada, sólo los que viven sin andar hacia sus sueños no conocen el valor de las palabras ni el poder de los poemas. Poesía no es la esperanza que oscurece entre las páginas de un libro de poemas esperando ser abierto. Poesía significa claridad y oscuridad, mariposas transformadas en palabras que vuelan esparciéndose en la noche para hacer brillar los días. Poesía es el corazón del universo, las arterias que oxigenan los latidos de un espacio donde existe este planeta, las coronarias del alma. La esperanza que ambiciona la esperanza.

Fausto Vonbonek

vonbonek@yahoo.com

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