¿Por qué algunas personas no se dejan ayudar?

¿Por qué algunas personas no se dejan ayudar?

Todos nos hemos encontrado o tropezado alguna vez con esas personas a las que es complicado echar una mano, ya que no se dejan ayudar. Lo más usual es que correspondan a uno de dos casos. O son el tipo de ese tipo de personas dispuestas a ayudar a todo el mundo, pero les cuesta recibir ayuda; o se trata de personas que están en un grave problema y aun así no aceptan la ayuda de nadie.
En ambos casos, la situación es muy frustrante para los demás. Quien se topa con personas así no se explica por qué no se dejan ayudar, pese a que lo necesitan. El asunto se vuelve a veces irritante y podría llegar a interpretarse como negligencia o falta de voluntad para solucionar los problemas.
La verdad es que casi nunca es así. Las razones por las cuales algunas personas no se dejan ayudar se engloban en un problema de fondo. Pese a que sufren y necesitan de los demás, les cuesta mucho apoyarse en alguien. Puede ser por algún bloqueo inconsciente o simplemente porque tienen dificultades para reconocer que necesitan cambiar.

Los que ayudan a todos,
pero no se dejan ayudar
Es relativamente frecuente que quienes ayudan a todo el mundo, tengan problemas para pedir o aceptar la ayuda de los demás. Se trata de personas que han construido una identidad en la que es válido dar, pero no recibir. Creen que lo suyo es responder a las necesidades del otro, al tiempo que se apañan o ignoran las propias.
De una u otra manera no se dejan ayudar por los demás porque piensan que de este modo estarían traicionando su “misión” en la vida, siendo incoherentes con la imagen y la persona que quieren construir (una totalmente independiente). También pueden sentir que aceptar la ayuda de otros supone causarles una molestia. En otras palabras, generarles un problema. Esto les causa vergüenza.
También se da el caso de quienes no se dejan ayudar porque asumen que disfrutar de esta ayuda genera una deuda que el otro se podrá cobrar cuando y como quiera. No comprenden que para los demás puede ser una satisfacción prestarles ayuda y que esto no genera obligaciones de contraprestación. Por eso a veces es necesario hacérselo ver, con afecto.

Necesitar ayuda,
pero no aceptarla
El otro caso se da con esas personas que no se dejan ayudar, pese a que atraviesan por situaciones muy difíciles. A la legua se nota que necesitan de los demás, pero si alguien intenta ayudarles a salir de su problema es rechazado. El ejemplo más típico es el de alguien que padece una adicción. Lo usual es que se nieguen, a veces airadamente, a aceptar que otro les eche una mano para salir de la situación en la que se encuentran.
En esos casos lo usual es que la persona ni siquiera admita que tiene un problema. Así, mucho menos va a dejar que la ayuden. Parte de su problema consiste precisamente en la negación del mismo. Ocurre con los adictos, pero también con personas que están sumidas en la depresión, la ansiedad o cualquier otro trastorno y no tienen conciencia del mismo o la tienen distorsionada.
Por extraño que parezca, en esos casos el síntoma mismo es una respuesta adaptativa que la persona ha construido para sobrellevar su vida. Es “adaptativo” en el sentido de que le permite interpretar la realidad de un modo que sea posible seguir adelante. Por ejemplo, alguien deprimido construye la fantasía de que está triste porque es más sensible que las demás personas y no como resultado de una enfermedad. Sin embargo, esa fantasía le permite explicar su vida y continuar con ella, aún a costa de mucho sufrimiento.

¿Qué hacer con quienes
no se dejan ayudar?
En el primer caso, el de aquellos que ayudan a todo el mundo, pero no se dejan ayudar, lo más aconsejable es contribuir a aclarar la situación. Hacerles ver, con afecto, que el interés en ayudarles nace de un aprecio genuino. Y que poder echarles una mano es fuente de satisfacción, no de sacrificio o un gran esfuerzo.
En el segundo caso, o sea el de quienes no se dejan ayudar aún necesitándolo, la situación es un poco más compleja. Lo que se requiere ahí es tener más paciencia y tacto. Estar ahí, interesarse por esa persona y tratar de aceptarla tal y como es resulta ser una excelente llave para que el otro nos abra las puertas y nos deje participar. Lo más importante es no ceder a la tentación de presionarles todo el tiempo para que cambien. A veces la preocupación por esa persona toma esa forma y entonces nuestra intervención, cargada de toda la buena intención del mundo, termina perjudicando al otro.

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