“No Más de Estas Historias…”

“No Más de Estas Historias…”

Pláticas entre Padres...

Cuando llevo a mi niño a la escuela, me lleno de asombro. Es el milagro de la vida en pleno desarrollo. Los niños más pequeños, ahora tomados de la mano del papá o de la mamá, con su morral a la espalda, platicadores, apenas unos 5 o 6 años atrás ni siquiera podían caminar. Ahora, ya saben las letras, los números, cuentan hasta 20, se amarran los lazos de los zapatos, se visten solos. Ahí están día tras día llegando al Kinder, Primer Grado, Segundo. Unas niñas con trencitas que cuelgan por sus hombros. Otros niños con sus morrales de Batman y Superman. Luego, tras un corto beso y abrazo al papá, la mamá, o la abuela, a correr y jugar con los otros niños antes del timbre de la primera clase. Veo a los padres (yo siendo uno de ellos), que sale apurado, afanado, preocupado por las ocupaciones del día. La mayoría llevamos el ceño fruncido, y apenas damos el “Buenos días” al que pasa a nuestro lado.
Si las estadísticas están correctas entre 5 a 10 de cada 100 de esos niños cometerán algún delito antes de cumplir los 13 años de edad. Sí, esa niñita tan tierna con los huequitos en las mejillas, ese niño tan parecido al papá. “Ah, eso no es tanto”, alguien pudiera decir. Cierto, hablamos sólo del 5 al 10 por ciento de esos niños. Pero, ¿Qué tal si el mío está entre esos cinco a diez? Entonces, ya no importa ninguno de los demás. Es el mío que está en la juvenil. Esa es la preocupación de los padres. Y los he visto en el tribunal. El delito no respeta clase social ni raza. He visto niños “hasta en las mejores familias” (como dice el dicho). He visto niños de hogares pobres, padres indigentes. Recuerdo que llegó una familia al tribunal. Padre entacuchado, madre luciendo joyas y collares. Abogado de alto calibre, con sortijas que entorpecía sus dedos. Los guardianes sacaron a una niña pelirroja de unos 15 años al tribunal. Había agredido a su maestra por reclamarle la tarea. Le dio un empujón contra el escritorio que lastimó su espalda y cadera. Cuando cayó al piso le propinó un par de patadas. Todos delitos graves de dos a tres años encerrada en la juvenil hasta cumplir los 21 años. “Señor juez”, dijo el padre, “a Lucella le dimos todo, nunca le faltó nada, no sabemos por qué se comparta así”. “¡Mentiras!” gritó la niña. “Nunca me llevaste al parque, nunca hiciste tareas conmigo, no recuerdo que viniste ni a una fiesta de cumpleaños. ¡Todo lo que me diste fueron regaños!” “Lucella, no exageres. Y ¿los veranos que te mandamos a Italia a pasarlo con tus primos? Y ¿el viaje a Londres con tus compañeros de clase?” “Y ¿por qué no me acompañaste a la fiesta de papás con sus hijas? Siempre muy ocupado, no me diste nada, nada”. El papá quiso acercarse para abrazar a la niña, pero el juez ordenó que lo sacaran de la sala…

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