Líderes, ¿nacen o se hacen?

Laura Cortés

Admirados, perseguidos, imitados y exhaustivamente analizados, los líderes cumplen una función esencial como forjadores de la sociedad humana y aunque nadie objeta su importancia, su origen continúa suscitando controversia.

Durante muchos años, postulados como la llamada “teoría de los rasgos”, defendieron la idea del liderazgo como resultado de cierta carga genética, aseguraban que los líderes nacen con “el chip puesto”. Uno de sus argumentos es la existencia de personas que desde muy temprana edad poseen una personalidad sobresaliente y muestran una gran capacidad para atraer a la gente.

No obstante, estas teorías no contemplan un factor importante: el líder debe tener en cuenta las necesidades de los seguidores. Otro aspecto no considerado, es que una persona puede convertirse en líder en determinadas circunstancias y no serlo en otras.

Así como para aprender un idioma, destacar en un deporte o ser un buen profesionista es necesario contar con determinadas cualidades, para ejercer un liderazgo efectivo se necesitan ciertas habilidades que con perseverancia se pueden desarrollar, entre las que se encuentran:

Saber escuchar, ser comprensivo y usar la empatía.

Valorar las capacidades ajenas y siempre aportar ideas al grupo.

Invitar a los demás a continuar con optimismo.

Ser visionario y saber siempre a dónde se va.

Saber lo que se quiere y actuar en conformidad con eso.

Ser honesto, confiable y creíble.

Si en algo coinciden los estudiosos del tema es en el hecho de que ahora más que nunca la humanidad está ávida de líderes. Una familia disfuncional, una escuela sin inspiración, una empresa sin visión o una nación sin rumbo precisan de un líder. Los consultores de negocios señalan que hace falta gente que innove, que vea las cosas desde otra perspectiva, que cambie –para bien— la manera de hacer las cosas, en una frase: que marque la diferencia.

Y ya que el liderazgo es algo que, de acuerdo con las investigaciones, se puede aprender es preciso aclarar que no es rango, privilegio, ni dinero, sino que es la responsabilidad en el ejercicio del poder y en el “empoderamiento” de sus seguidores. Por lo tanto, los verdaderos líderes son hacedores, no solamente predicadores.

Al hablar del papel del líder en un colectivo, el doctor en psicología Richard Boyatzis explica que cada individuo contribuye al nivel global de inteligencia emocional, pero el líder domina de modo contundente al generar en los miembros del grupo un sentimiento de pertenencia. Además, él es quien estimula los buenos sentimientos de los que encabeza. Si falla en esta labor, ninguna otra cosa que haga –crear estrategias o movilizar equipos para la acción— funcionará. El líder que comprende las necesidades del grupo triunfa, mientras que quien sólo se orienta hacia metas externas como victoria o poder, falla justo en el área que más importa: llenar la vida de sus seguidores.

Los mejores líderes inspiran pasión a través de su energía positiva y motivan a sus seguidores a rendir al máximo, a dar lo mejor de sí. Más que el carisma, la belleza o el glamour, la espiritualidad puede hacer de un individuo común un líder real, no porque haya nacido siéndolo, sino porque tuvo el valor de alimentar su interior y compartir esta riqueza.

“Somos buenos,

seamos mejores”.

www.sermexico.org.mx

bojorge@mexicounido.org.mx

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