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¿Por qué debemos tomar leche deslactosada?

Tenemos una idea un tanto romántica de la leche, sin embargo diversos estudios nos muestran qué se esconde tras este líquido
Sin duda la leche es uno de los alimentos preferidos por los humanos. Nos acompaña desde que nacemos cuando somos amamantados por nuestra mamá y posteriormente en nuestra edad adulta en forma de leche de vaca procesada y servida en tetrapack que compramos en los supermercados.
Prácticamente está en la vida de los humanos para todo: cuando desayunamos cereal, cuando tenemos insomnio y calentamos un poco para conciliar el sueño, cuando le ponemos al café o al té, está también presente en muchas recetas, etc; sin embargo, ¿qué tan benéfico es su consumo?

Leche vs
órmula láctea
Empecemos por definir qué es exactamente la leche, porque es complicado distinguirla en un mar de opciones que tenemos en los anaqueles:
De acuerdo con el estudio publicado por la Revista del Consumidor, la leche está compuesta por tres elementos: agua, grasa butírica (grasa propia de la leche) y sólidos no grasos, los cuales se conforman por proteínas como caseína, lactosueros, lactosa (el azúcar de la leche), minerales y vitaminas. Así pues, por norma, para que una leche sea considerada (y vendida) como tal debe tener un mínimo de 30 gramos por litro de los sólidos no grasos, y de estos 30 gramos, el 70% debe ser caseína, una proteína que aporta aminoácidos esenciales.
Por el otro lado, las fórmulas lácteas son un preparado que simula ser leche pero que no cumple con los 30 gramos reglamentarios de proteínas, por lo cual no se pueden llamar así y además están obligados a especificar en el empaque que son fórmulas lácteas.
Como te puedes dar cuenta, muchas de las veces que creemos estar tomando leche, no lo es, pero aunque su tuviera los 30 gramos de sólidos no grasos que le corresponde, ¿sería necesario tomarla?

Leche ¿de vaca?
Piénsalo de esta forma: ¿qué otro animal conoces en la naturaleza que siga tomando leche una vez que ya dejó la etapa de amamantamiento? O peor aún ¿qué animal conoces que tome leche de otro mamífero? Si no conoces ninguno es porque no existe. Los humanos somos los únicos seres que tomamos leche en edad adulta por placer, y al parecer esto no es exactamente bueno para nuestro organismo.
Por un lado el Doctor Harry Morrow Brown, uno de los alergólogos más reconocidos en Reino Unido, asegura que el número de alergias en los adultos ha aumentado debido a que consumimos mucha más leche que la que consumían nuestros abuelos. Actualmente se calcula que el 40% de los adultos afirman tener una alergia o ser intolerantes a algún alimento, lo cual -según el Dr Morrow- se debe a que nuestro cuerpo no sabe cómo procesar la cantidad de leche que ingerimos, lo que causa las intolerancias en los demás alimentos.
Puede que esto sea cierto, pero ¿cómo sabemos que la leche nos hace intolerantes? Esto lo prueba otro estudio, esta vez liderado por el Profesor Jonathan Brostoff de la Universidad de King en el cual asegura que los humanos no estamos programados biológicamente para beber leche de vaca debido a que los humanos dejamos de producir a los 12 años la enzima que procesa la lactosa (es decir, el azúcar de la leche). Así pues, el 75% de la población mundial, mayormente la India, Africana y Asiática, debería consumir leche deslactosada, si es que quiere seguir consumiendo leche en la edad adulta sin inflamarnos del estómago pensando que es normal.

Renunciar o no
renunciar, he
ahí el dilema
¿Debemos entonces dejar de consumir leche? Eso depende de cada quien, sin embargo es importante saber que existen muchas opciones de leche con los mismos nutrientes que la leche entera y que nos caen mejor a nuestro organismo como la leche deslactosada o la leche de soya. Sin embargo la nutrióloga Isobel Skypala, Directora de nutrición en el Hospital Real de Brompton, asegura que no se debe eliminar la leche sin supervisión médica o de lo contrario podrías correr el riesgo de perder nutrientes vitales o de crear una reacción alérgica, si es que antes no la tenías, por lo que aconseja consultar a un experto antes de hacer algún cambio en nuestra dieta.

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