“Yo Soy Andrés Ricardo Motta”*

“Yo Soy Andrés Ricardo Motta”*

“Yo no soy Andrés Ricardo Motta, yo soy Andrés Melardo Motta*, dígale al juez. Estos cargos no son míos. Yo no sé por qué estoy aquí”. Cuando le mencioné al actuario, contestó: “Estos acusados siempre dicen eso. Dan nombres falsos para evitar la culpa. Mire las firmas en los expedientes. Aquí no nos dejamos engañar”. Aunque los cargos no eran delitos mayores, tenían consecuencias migratorias, y el señor podría ser deportado si se declaraba culpable, o le daban fallo de culpable. El riesgo era serio. Nuevamente el juez lo llamó. “¿Usted es Andrés Ricardo Motta?” “No señor juez. Yo soy Andrés Melardo Motta. Esos cargos no son míos”. “Pero el expediente muestra la misma fecha de nacimiento para los dos nombres, tiene que ser usted”. “Puede ser, señor juez. Pero insisto en mi identidad. Yo no soy Andrés Ricardo, sino Andrés Melardo”. “Eso lo tendrá que decidir un jurado. Mientras tanto le voy a imponer cárcel preventiva. Usted puede pagar fianza de $75 mil dólares. Tome asiento y no se mueva hasta que yo se lo permita.” En eso entró un señor corpulento al tribunal. “¿Quién es usted? ¿Por qué llega tarde?”, preguntó el juez “Mis disculpas, su señoría. Mi coche se descompuso. Yo soy Andrés Ricardo Motta”. Un murmullo recorrió la sala. El juez llamó a Andrés Melardo y lo exoneró de todos los cargos. Andrés Ricardo se declaró culpable a las acusaciones y fue consignado a la cárcel.
Así de sencilla es la Buena Nueva del Evangelio que se anuncia desde el Tribunal de Dios a todo pecador. Jesucristo se presenta y se declara culpable a nuestro favor. Asume nuestra identidad. Acepta nuestro castigo, lo sufre, muere en mi lugar para que yo quede exonerado. Este es el milagro del amor divino, el misterio de la gracia. El inocente sufre por los culpables, para que los culpables puedan ser declarados inocentes. Es totalmente contrario a la justicia humana. Pero es la única manera como Dios puede condenar a todo pecador y al mismo tiempo justificarlos. En Jesucristo, todos quedamos condenados, y por esa condena en cuerpo ajeno, somos absueltos para siempre. Si su mente dio un vuelco al leer eso, léalo otra vez, porque se trata de usted, y es necesario que lo comprenda. Dice la Escritura, “Porque sin tomar en cuenta los pecados de la humanidad, Dios hizo la paz con el mundo por medio de Cristo y a nosotros nos ha confiado ese mensaje de paz” (2 Corintios 5:19). Todo había sido predicho y tal cual Él lo cumplió. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5,6). Cuando lo crees, se te levanta ¡una gran carga de tu pecho!

*Nombres ficticios.

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