“Viene a Pedir por Mi Hija”

“Viene a Pedir por Mi Hija”

La señora pedía una Medida de Protección para ella, su hija de 15 años, y su esposo. Yo estaba atento para traducir toda la audiencia. Hubo un silencio mientras el Juez leía la demanda. “Y, ¿dónde está el demandado?” preguntó el juez. “No sé”, dijo la señora. “Él sabía que tenía que estar aquí”. “Bien, sigamos adelante. Señora, ¿usted jura que todo lo que usted escribió es verdad?” “Sí su señoría”. “Bien, entonces vamos al caso. Señora, ¿usted dice que este señor viene por su hija de 15 años?” Así es su señoría. “Pero él tiene 32 años”, añadió el juez. “Y exactamente, ¿qué quiere decir usted cuando dice ‘él viene por mí hija’”? “Bueno, ahí estaba mi esposo y yo sentados afuera y viene él, todo tomado, y dice que se quiere casar con ella. Y yo le digo, ‘ella es una menor de edad, ¿usted sabe lo que está diciendo’”? “Y, entonces, ¿qué hace él?”, pregunta el juez. “Pues se va, pero al rato vuelve. Él vive cruzando la calle al frente de la casa. Mi hija le tiene mucho miedo, y nosotros también. No sabemos lo que pueda hacer”. “Y, ¿esa es su hija y su esposo en la audiencia?”, preguntó el juez. “Sí, ellos son” respondió la señora. La niña apenas parecía haber entrado en la pubertad, y todavía tenía más rasgos de niña que de señorita. “Bien, señora, le concedo la medida de protección por cinco años”.
San Agustín comparó a Dios al gran Amante de la humanidad, que no se rendía hasta conquistar todo corazón humano. Pero el Cordero de Dios, el divino y santo Hijo de Dios se hizo carne, no para despojarnos de nuestra inocencia, sino para devolverla. En nuestros primeros padres nosotros perdimos nuestra inocencia, y como el vecino de nuestra historia andamos buscando amores prohibidos. Nosotros nos convertimos en victimarios de otros y de nosotros mismos. Pero nuestro gran Amante divino salió a nuestro encuentro como esa madre celosa a poner una Medida de Protección: su propia sangre. Con su sangre nos perdona, nos limpia, y nos hace sus preciosos hijos protegidos. No hay nada ni nadie que nos pueda separar de su amor y protección. El apóstol Pablo exclamó, “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?… Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:35,37-39). El que ha sido así perdonado vivirá para proteger y nutrir la inocencia de otros y la de sí mismo. Esa es tu medida de protección. Es tuya por la sola fe.

Comentarios:
haroldocc@hotmail.com

Share