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Un inesperado cambio de papeles

Logré entenderle a la señora, ya de edad, que ella no podía comprender lo que el juez decía. Me di cuenta que tenía un acento, posiblemente Alemán. “¡Yes!”, dijo cuando le pregunté. Le dije que podía pedir otra audiencia para que el juez le facilitara los servicios de un intérprete que hablara ese idioma. Pero era igual de importante que hablara con un abogado defensor. Después de repetir de diferentes maneras finalmente comprendió. Pero en su confusión, habló con el abogado acusador en vez del defensor. Cosa que no es nada recomendable, pues puede decir algo a su contra, con lo cual el fiscal la pueda acusar de algún otro delito. Y es que lo hacen. La fiscalía que representa la ley, hace todo lo posible por acusar sin misericordia. Es al función de la ley, hacerse valer, hacerse respetar. Pero en este caso, el fiscal, en representación de la ley, se dirigió al juez. “Su señoría, en nombre de la fiscalía pido que se exoneren los cargos a esta acusada. Ella me ha contado lo sucedido, y cuando el jurado lo escuche, estoy seguro que ellos también desestimarán los cargos.” “Bien”, dijo el juez, “por pedimento de la fiscalía, lo apruebo. Señora, los cargos quedan totalmente sobreseídos, no hay nada a su contra. Puede retirarse.” Fue algo insólito. El abogado acusador tomaba el papel del abogado defensor. Y triunfó en su defensa.
Ante Dios sucede lo mismo. La Ley nos acusa de impertinentes, incrédulos, egoístas, avaros, desconsiderados con los pobres, los débiles, los enfermos. Somos idólatras buscando nuestro placer y conveniencia. En fin, la lista de los pecados en la Ley de Dios no tiene fin. Pero al mismo tiempo, la Ley de Dios tenía escrito que debía haber gracia y misericordia. Exigía que se trajera un cordero inocente. El culpable ponía sus manos sobre el corderito, confesaba las cosas malas que había hecho, y luego el corderito era sacrificado simbólicamente llevando los pecados y la culpa del pecador. Este último quedaba exonerado, perdonado, por el sacrificio de un inocente cordero. Y eso fue lo que hizo Jesucristo en la cruz. El inocente Hijo de Dios, se convirtió en un Cordero. Era lo que pedía la Ley. Y luego se entregó a muerte de cruz, y allí fue sacrificado por nuestros pecados. Él mismo se convirtió en lo que la Ley pedía. La ley por estar escrita en piedra y pergaminos no se podía convertir en el Cordero que ella misma pedía. Por eso se presentó Jesucristo en carne. Él mismo, nuestro abogado defensor, se hizo culpable ante la Ley y recibió nuestro castigo. Pero luego se puso en el lugar de la Ley y pidió la misericordia que la Ley también pedía. “Yo recibí el castigo. Yo fui el Cordero. Pido que se desestimen los cargos a favor de este pecador. Y tú pecador, ¡ven sígueme, y siempre estarás seguro!”

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