Un furtivo beso de amor

Un furtivo beso de amor

Hay ciertos reos que llegan al tribunal vestidos de overol rojo. Pero no es sólo el rojo que los identifica como prisioneros en la penitenciaría. Son sus tatuajes. La cara, cuero cabelludo, brazos están cubiertos por tatuajes de calaveras, flores, números, letras, corazones sangrando, y otros. Los reos adquieren un aspecto aterrador. Los abogados, intérpretes, y otras personas que los atendemos, nos resulta un tanto incómodo acercarnos demasiado. Es difícil mirarnos a los ojos. Pero no es así con todos. Con frecuencia llegan al tribunal los parientes de estos reos para escuchar las audiencias y al menos mirarlos de lejos. Las madres lloran, así también las tías y otros parientes. Lo que más llama la atención son las esposas, o novias de estos hombres. No dejan de mirarlos. Buscan el momento que los alguaciles no estén vigilando para enviarles un beso furtivo. Casi siempre los guardias del tribunal las pillan. Sin titubeos las escoltan fuera del tribunal, y ya no pueden presenciar la audiencia. En cierta ocasión había un reo de aspecto espantoso. Su cara tenía tatuajes de calaveras, y serpientes en sus brazos. El guardia pilló a su novia tirándole un besito, y enseguida la sacó. Pocos momentos después alguien salió de la sala. Al abrirse la puerta, pude ver a la chica que desde el pasillo miraba al reo. Desde lejos sus ojos se cruzaron. Con sus manos la chica dibujó un corazón y luego abrió los brazos moviendo los labios diciendo, “Te quiero mucho”. En menos de tres segundos se cerró la puerta. El hombre, impasible, bajó el rostro sin desplegar emoción alguna.
El único futuro de este hombre eran otros 15 años de prisión. Ya había cumplido cinco. Con más seguridad morirá asesinado en la penitenciaría. ¿Su delito? Atentado de homicidio en un robo vehicular, causando graves heridas corporales. No obstante, allí había una mujer enamorada de él, desde lejos abriéndole sus brazos en un tierno gesto de amor. Desde la cruz hace 2,000 años Jesucristo abrió sus brazos en un infinito abrazo de amor diciéndonos, “Te quiero mucho”. “Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). Pero ¡que no nos confundan a nosotros con esos tatuados prisioneros! Nuestra piel luce limpia, sin manchas. Pero Dios no se fija en la apariencia sino en nuestro corazón. ¿Qué tenemos nosotros tatuados en nuestra mente y corazón? ¿Qué avaricia? ¿A quién resentimos? ¿A quién despreciamos? Entonces ese saludo desde la cruz es para nosotros. “Aquí estoy tomando tu lugar y tu castigo en esta cruz, porque te quiero tanto, tanto, no quiero que te pierdas, sino que vivas para lo que fuiste creado, toda una eternidad y junto a mí para amarte para siempre”. Por más que agaches el rostro como si no te importara, ese gesto de amor es lo más sincero que jamás escucharás…

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