
“¡Todos me Traicionaron!”
La joven dirigía una mirada despectiva hacia todos en la sala. Estaba dando testimonio de 4 años de abuso sexual por parte de su propio padre natural. El acusado, su padre, escuchaba todo. La joven daba detalles de cómo su propio padre la había tratado como esposa y amante desde los 12 años de edad hasta los 16. A los 11 años el Servicio de Protección de Menores le había negado la custodia a la madre. Ésta le había quemado las plantas de los pies por no regresar a casa a tiempo. Fue cuando cayó en manos de su propio padre que no tardó en aprovecharse de su cuerpo. Le hizo guardar el secreto con amenazas y regalos. Ahora la abogada defensora la cuestionaba, “Y si todo eso es cierto, ¿por qué entonces no le dijiste a tu tía, a tu mamá, a una maestra de la escuela, a una persona de confianza?” Sin titubear, la jovencita replicó, “Es que no confío en nadie. Todos los que me tenían que cuidar, ¡me traicionaron! Por eso ¡no puedo confiar en nadie!
Los psicólogos observan que a partir del nacimiento, el primer sentimiento que desarrollan los niños es la confianza. Si la confianza se quebranta en los primeros años, será muy difícil sino imposible rescatar a la persona de una vida de violencia, depresión, ira, para caer en los vicios que prestan poco alivio del sentido de rechazo y suciedad que abruma a la persona. Mucho menos la posibilidad de creer en un Dios de amor, pues hasta en Dios se le hace imposible creer. ¿Cómo puede ser que permitió que me pasara todo eso? Pero Dios no da explicación alguna. Sólo nos muestra la vida de su Hijo, Jesucristo. Él sufrió el abuso de todos nuestros pecados. Todo su cuerpo fue maltratado injustamente. “Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; él sufrió en nuestro lugar, y gracias a sus heridas recibimos la paz y fuimos sanados” (Isaías 53:5). Él nos dice, “Tú no estás solo. Yo sufrí tu abuso, recibí el castigo que mereció tu abusador. No busques desquite, porque “Mía es la venganza; yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). En el cuerpo de Cristo se pagó la cuenta. Por el abuso que Él recibió quedamos libres de todo mal que nos haya causado todo abusador, no importa si fueron hasta nuestros padres. El padre de la joven de nuestra historia fue condenado a cadena perpetua. Como muchos victimarios le echó la culpa a la víctima: “Está mintiendo. No pasó nada.” Pero Jesucristo también dice al victimario, “Tú estás mintiendo. Si pasó todo, y hasta más. Pero ante Dios, Yo también pagué tu cuenta”. Él toma a víctima y victimario y los libera de la vergüenza y la culpa. Los lleva a su propio hogar. Allí serán una nueva creación por toda la eternidad.
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