“Si usted no firma, firmo yo”

“Si usted no firma, firmo yo”

La pareja estaba en los últimos trámites del divorcio. El juez ya había dictado el fallo de disolución matrimonial. Sólo faltaba confirmar la división de bienes. Poco después de casados, pareja había comprado una casa, la cual adquirió una buena plusvalía. El juez había dictado que ambos firmaran un escrito autorizando a un corredor de bienes (Real Estate Agent) la venta de la casa. También había dictado catorce días para firmar el escrito. Ahora, 90 días después, la señora presentaba queja ante el juez que su ex-esposo no había firmado. Un comprador había ofrecido el precio de venta; pero la venta no se pudo consumar porque el marido no había firmado. La señora estaba furiosa. “Él siempre ha sido así; promete, pero no cumple. Ahora se perdió esa oportunidad.” El juez dirigió la palabra al señor. “¿Recuerda le di dos semanas para firmar? ¿Por qué no firmó?” “Es que tuve que salir del país. Mi abuelita está enferma en su tierra, y tuve que ir a verla”. “Es mentira su señoría. Él no quiere vender la propiedad por no darme la mitad que me corresponde”, interpuso la señora. “Mire señor”, dijo el juez. “Se me hace más que una casualidad que su abuelita se enfermó justo cuando salió comprador ofreciendo un buen precio. Usted no salió del país sino hasta 11 días después de mi orden. Ya que usted no firma, firmo yo. Por razón de ley autorizo a mi asistente a firmar todos los escritos respecto a la venta de su propiedad. ¡He dicho!
Años atrás, Dios dio su ley, y pidió a Israel su firma. Ese pueblo dijo que sí, que la cumpliría, para bien del prójimo, para bien del planeta, y para la gloria de Dios. Firmó, pero no cumplió. Y así también ha estado la humanidad. De alguna manera u otra todos firmamos que seremos buenas personas, respetuosos, considerados, honestos. Pero en el momento de la prueba hacemos todo al revés. Teníamos nuestro futuro bajo condena. Lo habíamos perdido todo. Hasta que llegó Cristo, y dijo: “Yo firmo a favor de todos los incumplidos”. “Se van a aprovechar de ti, te van a despreciar tu buen gesto, ¡hasta te clavarán a una cruz!” “No importa”, dijo Cristo. Algunos me harán caso, algunos creerán en mí. Lo hago por los más necesitados, por los que más desconfían de sí mismos. Lo hago por los más débiles, los que lo han intentado todo, pero siempre han fracasado. Por ellos, y sólo por ellos firmo yo. “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Él sólo firma por los que le tiembla la mano con temor, por culpa, por los golpes de la vida. Él sólo firma por los que tienen la letra fea, por los iletrados en la fe, por los que sólo pueden balbucear, “firma Tú a mi favor, y ¡seré salvo, yo y toda mi casa!”

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