
“¡Se perdona la deuda!”
Comenzaba la audiencia en una causa civil. De inmediato el juez preguntó si el demandante y demandado habían llegado a algún acuerdo. “Sí, su señoría. Tenemos este acuerdo por escrito”, dijo el abogado del demandante entregando el escrito al juez. Con el mismo en mano, el juez se dirigió al demandado, “Señor, ¿este acuerdo tiene su visto bueno?” “Mire su señoría, a mi me pidieron que firmara pero para decirle la verdad yo no sé todo lo que dice ese papel”. “¿Alguien le tradujo del inglés al español el escrito antes de firmarlo?” “No, su señoría, nadie”. “Protesto, su señoría”, respondió el abogado del demandante. “A él se le explicó muy bien el acuerdo”. “¡No!”, exclamó el juez. “El que protesto soy yo. Una cosa es explicar y otra cosa es traducir. Le pido al intérprete que le traduzca todo el escrito sin omisión alguna. Por favor salgan de la sala, y regresen cuando cumplan lo que yo ordeno”. Al repasar línea por línea el acuerdo, el demandado decía que sí, que él estaba de acuerdo con cada renglón, hasta que llegamos a un renglón exigiéndole el 10% de interés anual sobre la deuda, sumando centenares de dólares a su obligación. “No, a mí nadie me dijo nada de eso… no estoy de acuerdo”. Al regresar al tribunal, el juez increpó al abogado demandante por tratar de estafar al demandado, y perdonó los centenares de dólares que de otro modo hubiera tenido que pagar.
La gran sorpresa del demandado fue que el juez perdonó la deuda parcial del interés, sin tener que pedirle, o rogarle, o explicarle al juez que era trabajador agrícola, que tenía cinco hijos. No dijo nada. La paga de la deuda fue gratuita, inesperada. Aún hubiera sido más sorprendente si el juez hubiera cancelado toda la deuda. Pero es precisamente lo que el juez del tribunal de arriba hizo con la deuda que nosotros tenemos con Dios por causa de nuestros pecados. La cual se paga con muerte, y muerte eterna. La Sagrada Escritura lo explica así, “cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz” (Colosenses 2:14). Fíjense bien. Nuestra deuda fue cancelada, pero alguien tuvo que pagar. Cuando dice que nuestra deuda fue “clavada en la cruz”, quiere decir clavada en el cuerpo santo y puro de Jesucristo que colgaba allí. “Nada en la vida es gratis”, dice el proverbio del pueblo. Igualmente con la vida eterna. No es gratis. Es infinitamente costosa. Tanto así que sólo el cuerpo del inocente Hijo de Dios Jesucristo, la pudo pagar, a costo propio. Sin cobrarnos absolutamente nada. La Buena Nueva de Dios nos declara todo por escrito. Nos dice todo lo que se debe, nos dice que se ha pagado todo, y nos dice quien lo pagó. Sin que lo pidieras, rogaras, o explicaras tu necesidad. Ahora solo falta que le creas…
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