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Rabietas infantiles

Adriana Balaguer

Película familiar. Primer acto, Juanito, de apenas 6 años, llora desconsoladamente en la puerta de la escuela. Segundo acto, la mamá de Juanito lo reta muy enojada y lo deja parado en las escalinatas del colegio mientras va a buscar al padre, que esperaba dentro del auto a unos escasos metros. Tercer acto, los padres discuten, Juanito mira sin entender, y la directora escolar los invita a pasar a los tres para “conversar”. ¿Cómo se llama la película?, es la pregunta que falta hacer para redondear el chiste. “La historia sin fin”. ¿Por qué? Porque difícilmente algo vaya a cambiar para Juanito si los adultos responsables de ponerle un freno a sus rabietas, no están de acuerdo y lo evidencian, o se muestran inseguros ante la situación de crisis.
Difícilmente exista un chico que no haya tenido un berrinche en algún momento de su infancia. Una mudanza de barrio o de escuela, el nacimiento de un hermano, la separación de los padres o el viaje de alguno de ellos, puede haber desencadenado cierta angustia en el niño que a duras penas ha podido manifestar con su enojo. Para ayudarlo, es muy importante tomar conciencia de que le pasa algo, que hay que colaborar para que lo verbalice, y que la única manera de contenerlo es comportándose como un adulto, aportando control donde reina el caos.
Ahora también es cierto que hay otros berrinches que no tienen una angustia de fondo sino que reflejan cansancio, hambre, y que son, por lo tanto, más fáciles de apaciguar. ¿Nunca escucharon hablar de “la hora de las brujas”, esa última hora de la tarde en la que los chicos se caen, golpean, pelean con sus hermanos o, lo que es peor para las madres, todo esto pasa al mismo tiempo?
Los especialistas tienen una tabla de mandamientos que puede guiarnos frente a todo este tipo de rabietas:
No es conveniente intervenir mientras el enojo está teniendo lugar. Lo mejor es dejar que se desahogue. Una vez que haya dejado de llorar, gritar, patalear, de ninguna manera hay que ceder ante los caprichos. De lo contrario, solo aumentarán ya que el niño habrá comprobado su efectividad.
Evitar las situaciones que las provocan, como por ejemplo, llevar a los niños a hacer las compras al supermercado, cuando tienen sueño o hambre. Y si son de los que lloran ni bien cae el sol, qué mejor que adelantarles la hora del baño y la cena. Crearles una rutina que tenga en cuenta el cansancio que pueden tener a esa altura del día, sin duda, ayudará.
Ser flexible en cuestiones de poca importancia. Hay un momento de la infancia en que a los chicos les gusta decidir por sí mismos qué ponerse o qué camino hacer rumbo al colegio…Si la situación lo permite, por qué no satisfacer su voluntad.
Y, sobre todo, no perder los estribos. Los niños imitan a sus padres también en los descontroles.

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