
Piratería en Latinoamérica
Siempre supe que si deseaba comprar ropa de marca a bajo costo (falsificada) la podría conseguir en las calles de Asunción, Paraguay, y si deseaba películas en DVD o música en CD baratos (falsificados) debía ir al Zócalo en la Ciudad de México, pero ahora se que el ejemplo (o el negocio) cundió en todas las capitales de Latinoamérica.
La escena que antes se veía solamente en Paraguay o México, hoy se repite en barrios como Rua 25 de Março en São Paulo, Brasil, en el barrio Franklin de Santiago de Chile, en el barrio Once de Buenos Aires, así como en Bogotá, en Lima, en Managua y en tantas otras calles de las grandes ciudades latinoamericanas. En todas ellas, falsificadores de todo tipo conviven junto a los más completos catálogos del mundo del software, música, películas, libros, ropa, carteras, relojes, etc.
“América Latina, para efectos prácticos, ya es una zona de libre comercio”, dice Moisés Naim, el editor de la influyente revista Foreign Policy, de Washington DC, y autor del libro Illicit, publicado recientemente y en el que describe cómo el tráfico ilícito está ganando la batalla a los gobiernos, no sólo en el ámbito de las drogas y las armas, sino también en la falsificación o piratería o venta de producción ilegal. “En América Latina, mientras los presidentes discuten de libre comercio y todo eso, el comercio ilegal está en su apogeo uniendo al hemisferio”.
En cualquier capital latinoamericana no es difícil encontrar una cartera Louis Vuitton a US$ 20, y si se regatea un poco, se la puede llevar por US$ 15, muy lejos de los US$ 1.500 a los que la puede encontrar en cualquier Duty Free de la región. Pero si lo que usted quiere es un Rolex, olvídese de pagar los US$ 15.000 que cuesta el hermoso reloj en Suiza, lléguese al popular barrio de Tepito, en Ciudad de México, y se puede llevar uno igualito por hasta US$ 150.
Copias no tan malas
La piratería y falsificaciones no consisten simplemente en copias de mala calidad de productos originales. Con la creciente tendencia de las grandes marcas a maquilar, por ejemplo, sus textiles en empresas de la región, éstas pueden destinar ocho horas al día para fabricar productos oficiales para las marcas originales como Lee o Levis. Pero el resto del día, sus máquinas quedan disponibles para llenar los canales piratas de distribución. Es decir son los mismos cortes, las mismas telas y las mismas maquinas las que hacen los originales y las copias, la calidad es casi imperceptible. Por eso la industria tiene más prejuicios al momento de enfrentar la piratería que sus pares del software o la música. La lucha contra las falsificaciones es un tema complejo, porque también le puede hacer daño a la marca, creando incertidumbre en el mercado y generando temor en el consumidor, incluso cuando está comprando un original.
Para combatirlos, los bufetes de abogados –contratados por las grandes marcas– han organizado un escuadrón internacional para dar la pelea. Para ello deben reclutar agentes encubiertos que recorren los barrios donde se venden bienes ilícitos y detectar los locales comerciales donde los expenden. Pero poco pueden hacer contra los minoristas ya que el “pez gordo” esta en otro lado. Deben seguir a los distribuidores e idealmente llegar hasta las maquilas o los importadores directos. Luego, una vez que se ha descubierto la fábrica clandestina o el embarque ilegal, entregan los antecedentes a las respectivas policías para que se proceda a las incautaciones.
Dado que la venta y tráfico de estos productos es en la mayoría de los casos internacional, estos abogados mantienen contacto permanente con sus pares en otras ciudades. Así, por ejemplo, si un agente no logra que un barco con un cargamento en el puerto de Lima sea desbaratado y éste zarpa hacia Valparaíso antes de la incautación, serán los abogados del mismo fabricante en Chile quienes tendrán la responsabilidad de movilizar a la policía. Incluso, dado que la falsificación es tan perfecta, se debe capacitar a los inspectores de aduanas para que aprendan a identificar cuál es la mercadería legal o ilegal, y cuando un embarque es de productos legítimos y cuándo no es así.
La música y el software
son los más perjudicados
No hay cifras que revelen la real dimensión de este problema en la región. Pero, por ejemplo, la organización internacional que combate la piratería en la industria discográfica (IFPI, por sus siglas en inglés) reveló en su informe del año pasado que la situación en América Latina pasó de mala a pésima. Se han vendido un 30% menos de unidades legales en 2015 que en 2010, cuando en el resto del mundo se duplico la venta, en el mismo periodo. Mientras que en 2010 las unidades vendidas legalmente en la región totalizaron 222 millones, en 2016 sumaron sólo 155 millones. Se estima que el nivel de piratería (el porcentaje del mercado total que es servido ilegalmente) alcanza 52% en Brasil, 60% en México, 55% en Argentina, 51% en Chile, 71% en Colombia y (tome asiento por favor), 90% en Perú y 92% en Uruguay. “Los altos niveles de piratería en los principales mercados de América Latina permanecen como el mayor obstáculo para la estabilidad de la industria y para la inversión en nuevo talento”, dice el informe de IFPI.
La situación en la industria del software es igual de negro. El último informe mundial que elaboraron el año pasado la Business Software Asociation (BSA) concluyó que en América Latina en 2015 el 66% de los programas para computadoras son de origen ilícito, tres puntos más de lo registrado en 2010. En la lista de los 20 países del mundo (donde mas se utiliza las copias ilegales), figuran Paraguay (83%), Bolivia, El Salvador y Nicaragua (80% cada uno), Venezuela (79%), Guatemala (78%) y República Dominicana (77%). Para ser más explícitos, en estos países de cada cuatro computadores, hay tres que funcionan con software ilegal, si descontamos a los computadores oficiales del gobierno y los de las grandes empresas, quedan muy pocos computadores particulares con software legal. La piratería ha significado en América Latina una pérdida para los desarrolladores de software de US$ 1.545 millones en 2015, por encima de los US$ 1.264 millones del año 2010.
Hollywood también perdió
cientos de millones
Los productores de Hollywood también son parte de los afectados. Solamente en México, los distribuidores de películas estiman que cada año se dejan de vender cerca de 40 millones de entradas a las salas de cine por culpa de la piratería. De hecho, la venta ilegal de filmes obtiene una participación de mercado cercana al 30%. Ejecutivos de la industria han identificado más de 18.000 puntos de ventas ilícitos sólo en la capital mexicana. Si recorremos las capitales latinoamericanas el número de dólares perdidos por la industria de Hollywood se cuenta en cientos de millones.
Es un duro diagnóstico que tiene en estado de alerta a las grandes industrias afectadas por la piratería de productos culturales, como la discográfica, la de software y a los grandes estudios de Hollywood, cada uno con su organización enfocada al combate en la región. Una pelea en la que, hasta ahora, la industria de la moda y del lujo ha estado casi ausente… pero no será por mucho tiempo…
Hasta la proxima.