Penurias del proceso migratorio

La realidad en el Senado pinta de diversas formas a medida que la propuesta migratoria sufre cambios estrafalarios.

En el momento que fue introducida por el senador Ted Kennedy, la medida se pareció a un galán de una telenovela romántica latinoamericana.

Con las probables enmiendas, la propuesta migratoria tendría el rostro de “La Llorona”, el cuerpo del “Gordo Raúl”, las piernas encorvadas de “Garrincha”, el famoso jugador de fútbol que distraía a sus oponentes con su velocidad y su gambeta corta, y la sonrisa siniestra de Chucky, el muñequito de las películas de terror.

En otras palabras, traería más inconvenientes que solucionar la problemática migratoria.

Para bien o para mal, desde la creación de la Constitución de la República, la sociedad norteamericana, en las decisiones más importantes –por no decir, la más controversiales—, siempre ha dependido de un compromiso entre los ultraconservadores de la derecha y los radicales de la izquierda.

Justamente, la existencia de dos representantes por estado en el Senado se debe a una acuerdo bipartito entre los estados populosos, como Virginia, Pennsylvania y North Carolina, que apoyaban una representación en el Congreso en base al tamaño de la población (Plan de Virginia). Mientras tanto, los estados de menor población, como Delaware, New Jersey, Connecticut y New York, insinuaban que la representación debería ser igualitaria; es decir sin importar el número de habitantes de los estados.

Al final, los dos frentes se pusieron de acuerdo y decidieron formar la Cámara de Representantes, cuyos miembros son elegidos en base a la población de los estados; y el Senado, cuyos miembros son elegidos igualitariamente, dos representantes por estado.

Por el contrario, cuando no existe un acuerdo entre los miembros del Congreso, y éstos no encuentran el camino de la concordancia y el compromiso, la historia revela consecuencias onerosas para el gobierno y la sociedad civil.

Uno de los desacuerdos más recordados es sin lugar a dudas el conflicto entre los estados sureños y los del norte, previo a la Guerra Civil.

Los primeros apoyaban la continuación del sistema racista del esclavismo, mientras que los segundos, por cuestiones económicas más que ideológicas, sintieron que este sistema aberrante antihumano era un mal que ya no era necesario en una sociedad industrializada.

Lamentablemente, las dos partes nunca cedieron. Por el contrario, a medida que el conflicto se recrudeció, las facciones radicales empezaron a tomar la batuta de la problemática y conllevaron a un Guerra Civil cruenta de muchos años.

Afortunadamente, el conflicto terminó con la victoria de los estados del norte, cuyas sociedades habían demostrado afinidad con las cuestiones raciales, aunque la discriminación no desapareció por completo.

Otro ejemplo conspicuo de falta de compromiso político fue la Gran Depresión de 1929. Años previos al desplome de la bolsa de valores de Wall Street, el presidente norteamericano Herbert Hoover y un Congreso dominado por una ideología liberal económica del Leissez-Faire, se negó a escuchar a la bancada opositora minoritaria, quienes habían cuestionado la apertura incontrolada de los mercados a las empresas transnacionales y corredores del Wall Street. Nunca existió un compromiso económico.

Como resultado, el sistema económico se precipitó y conllevó a la pauperización social de millones de norteamericanos, y también contrajo otras consecuencias contra grupos minoritarios. Alrededor de un millón de Mexicanos fueron deportados a la fuerza.

Así, la cuestión migratoria exige el compromiso de las dos bancadas del Senado. De momento, las enmiendas que se introdujeron tienen la fisonomía de una de las propuestas más radicales que se originó en la Cámara de Representantes.

Me refiero específicamente a la propuesta de Sensenbrenner, el cual motivó a millones de residentes norteamericanos –documentados y no documentados— a movilizarse en las principales ciudades del país en defensa de sus derechos constitucionales.

Por consiguiente, es necesario encontrar un punto en el que las dos partes del conflicto coincidan y puedan sacar al país del morbo de las propuestas radicales.

Así como los conservadores plantean un control meticuloso a lo largo de la frontera con México como una de sus premisas innegociables, a los que apoyamos a las familias Latino y Latino-Estadounidenses, la legalización o regularización de aproximadamente 12 millones de inmigrantes indocumentados es también innegociable.

Lo demás, yo creo se puede hablar y encontrar un compromiso viable.

Dr. Humberto Caspa es Profesor adjunto en la Universidad Estatal de California Long Beach. E-mail: hcletters@yahoo.com

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