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¿Para qué escribir un libro?

Tips para escritores exitosos

En el principio fue el verbo… dicen los libros religiosos… la palabra le dio forma al mundo, los cielos, mares, noche, día, estrellas y firmamento tuvieron forma gracias a la palabra Divina, pero aun no tenían nombre, no había quien los nombrara, y si nadie podía nombrarlos ¿existían realmente?, por eso el ultimo animal creado fue el responsable de darles nombres, de identificarlos, de comprender la magnitud de la Creación. Pero la memoria es corta y debía registrar esos nombres y sus historias, y la palabra se transformó en imágenes grabadas en piedra, luego en escritura cuneiforme y pictogramas, y a partir de las letras, aquel animal que apareció al final de la creación, tuvo sus propios nombres: Homero, Virgilio, Cervantes, Shakespeare, Dickens, Goethe, Carpentier, Víctor Hugo, Rubén Darío, Alfonso Reyes, Pérez Galdós, Roa Bastos, Rafael Alberti, Juan Rulfo, Dostoievski, Herman Hesse, Bashevis Singer, Machado, Hemingway, Benavente, Tolstoi, Carlos Fuentes, Oscar White, Elena Poniatowska, Clark, Thomas Mann, James Joyce, Rómulo Gallegos, Frank Kafka, Asimov, Jean-Paul Sartre, Eduardo Galeano, Allan Poe, Benedetti, Neruda, Camilo José Cela, Saramago, Gelman, Valle-Inclán, Octavio Paz, García Marquez, Borges, Cortázar, Vargas Llosa y un largo etcétera… ese último animal aprendió a utilizan las letras para sumergirnos en historias épicas, románticas, poderosas, delirantes, divertidas, angustiantes y fantásticas, que por sobre todo, cimentaron el templo de la cultura y la educación.
¿Para qué escribir?
Todos los escritores somos descendientes de Homero y Ana Frank, relatando nuestros viajes y nuestros encierros, somos parientes de Borges y García Marquez, recorriendo laberintos y soledades, somos hermanos de Sartre, Kafka, Poe, Sábato y Saramago hurgando en las intrincadas circunvoluciones del cerebro, todos los escritores formamos parte de un universo único, donde la palabra es más valiosa que el oro y más dura que el diamante.
Escribimos para amar y que nos amen, para comprender y que nos comprendan, para disfrutar y que nos disfruten, para ayudar y que nos ayuden, para sobrevivir y perdurar, para vivir otras vidas y revivir la propia, para vencer el miedo y adquirir valentía, para alimentar nuestros delirios y pasiones, para divertirnos y gozar, para dar testimonio, para fijar la memoria, para vencer a la muerte.
Escribimos para efectuar piruetas truculentas en el vacío, para entregar respuestas a preguntas que nunca nos hicieron, para contar las historias que recorren nuestra mente, para llevar ese libro que tenemos en la cabeza a nuestras manos, para liberarnos de la cárcel de palabras que nos sofoca, para conocer nuestros propios pensamientos, para crear personajes buenos, inteligentes y exitosos o malos, salvajes y perdedores de acuerdo a nuestro gusto y conveniencia, para jugar a ser Dios, otorgando vida, muerte y resucitación de estos personajes.
Escribimos para volcar el torbellino de historias e imágenes que cruzan nuestra mente con la imperiosa necesidad de compartirlas, escribiendo detenemos la soledad tenebrosa de la noche, con sus miedos y las angustias, transformándonos en intocables y eternos, escribiendo narramos amores contrariados, despedidas hirientes, sentimientos ambiguos y despojados de lógica, que deambular por el laberinto humano, escribiendo surgen los recuerdos y las imágenes de modo distinto al normal, causando un efecto imborrable en un lector.
Escribimos para inventar historias que nos hubiera gustado que nos cuenten de pequeños, para quitarnos ese dolor interno que nos carcome el corazón, para encontrar el sentido de las aventuras y desventuras humanas, para vivir mil vidas y recorrer el mundo sin salir de nuestra habitación, para cambiar la realidad y adaptarla a nuestros caprichos, para contar y explicar lo que pensamos sin que nadie nos interrumpa, para que nuestros descendientes nos conozcan por nuestras palabras, para demostrar que la magia existe y descubrir el hechizo que hipnotice al lector.
Escribimos porque es más fácil que resolver problemas de matemáticas, descuartizar un cerdo, trazar las órbitas de los planetas, escalar montañas, excavar ruinas arqueológicas, correr una maratón en Nueva York, conducir un avión a reacción, traducir del árabe y del griego, hacer la danza del vientre, estudiar paleografía sánscrita o dar saltos mortales…

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