“Papá de poquito a poco…”

“Papá de poquito a poco…”

“Pero señora juez, este hombre me abandonó hace cinco años con un niño de dos años y el otro recién nacido. Todos estos años he sido madre soltera, y ¡ahora este descarado regresa diciendo que ahora sí quiere ser papá! No es justo, señora juez. No le dé visitas con los niños. Los niños ni lo conocen. ¡Es como si fueran con un extraño!” Los lamentos quejumbrosos de la madre llenaban el silencio de la sala. “¿Sabe lo que no es justo, señora?” increpó la juez. “No, no sé”, respondió la madre en medio de sus lágrimas. “Que teniendo papá que ahora sí quiere ser papá, los niños no lo puedan tener porque usted se opone. La ley, que representa la voluntad de todo el pueblo, le da al padre de sus niños, lo que usted no le quiere dar.” “Es que no puedo, señora juez, no se los puedo confiar. ¿Qué tal si me los quita, y jamás los vuelvo a ver?” “No será así”, respondió la juez. “Este señor será papá de poquito a poco. Comenzará viendo a los niños con un terapeuta que supervisará las visitas, y les ayudará a que se conozcan poco a poco. Luego el terapeuta me dará un informe. Según la relación crezca, poco a poco le daré más oportunidades, hasta que el padre pueda salir a pasear con sus niños. Finalmente esperamos que pueda tener la custodia compartida, si es que él aprovecha todas sus oportunidades. Si usted señora no lo permite, usted perderá la custodia. ¡Es mi orden judicial!”
Es la orden del Juez divino que tengamos a Dios como nuestro Padre, y a su Hijo como nuestro príncipe y salvador. No importa cuánto tiempo hayamos estado sin Padre celestial, tenemos el derecho de tener un Padre mucho mejor que el enemigo de nuestras almas. ¿Cómo puede ser nuestro? ¿Dónde está el tribunal para buscarlo? Está tan cerca como un gemido de tu corazón. La Escritura dice que Dios envía el espíritu de su Hijo a nuestros corazones para que podamos decir, “Abba, Padre” (Gálatas 4:6). “Abba” era el nombre para “Papi” en el idioma arameo, el idioma en la época de Jesús. Hoy por la fe puedes dar ese gemido que viene del espíritu de Dios, “Papi, papi”. No es que nunca hayamos tenido Padre celestial, sino que no nos habíamos dado cuenta. Pero ahora por la fe, nos damos cuenta que somos amados, perdonados, abrazados por el ser que nos ama más que todos los amores del mundo en su totalidad. El Padre dice hoy de ti, “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado. Así que empezaron a hacer fiesta” (San Lucas 15:22-24).
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