Nunca dejes de luchar

Sam Luna

A veces cuando un futbolista está arriba, en la cima, se olvida de todo lo que sufrió para llegar a estas alturas. Todos los sinsabores, los sacrificios parecen fantasmas, los cuales sólo son recordados cuando la necesidad de volver a ser el de antes aparece. Una de las bondades del deporte, es que la experiencia de sus protagonistas no se queda a nivel de cancha, sino que se transforma en un aprendizaje que puede llegar a cualquier persona sin importar el medio en el que se desenvuelva.

La historia de Víctor Gutiérrez, en el medio futbolístico conocido como la “Vitola” por su larga estatura y sus piernas delgadas, es un ejemplo de que cuando se llega a la cima hay que redoblar esfuerzos, ser perseverante y mantener el ritmo de trabajo para que la gloria lograda no sea el sueño de un momento, sino una realidad permanente. “Fue en el 2001. Con Cruz Azul viví cosas muy bonitas y también muy rápidas. Estaba en la Primera A, con el Cruz Azul Hidalgo, la verdad es que pasaba el tiempo y la oportunidad de llegar a la Primera Nacional no arribaba, ya me desesperaba porque tenía a mi hijo acabado de nacer, y los gastos crecen”.

Fue entonces cuando la Máquina Celeste hubo cambio de técnico y José Luis Trejo subió de la filial de Hidalgo al primer equipo. Para Víctor era una oportunidad de oro, y el premio a todo su empeño y a los sinsabores que tuvo desde el inicio de su trayectoria: “Nos llamó a la mayoría de los jugadores que estábamos en la Primera A. Fue un salto enorme y muy rápido. De entrenar en la cancha del ‘10 de Diciembre’ (en Ciudad Cooperativa Cruz Azul) nos fuimos a La Noria, y en vez de jugar en pequeños estadios, ahora lo hacíamos en la cancha del Azteca. Además, al regreso por una situación de emergencia en la Selección Nacional, fuimos convocados. En menos de un año estaba a las puertas de un Mundial”.

Quizá Víctor no estaba preparado para mantener el éxito. La fama llegó, los reflectores lo deslumbraron y le hicieron perder de vista que el trabajo debe ser constante. Poco a poco la titularidad se le fue de las manos; la indisciplina dentro de la cancha se proyectó afuera de ellas y las malas noticias comenzaron a llegar. “Primero salí de Cruz Azul. Pensé que sería bueno para mi carrera, pero en el cambio a Necaxa no tuve las oportunidades que deseaba. No culpo a nadie. Sé que lo que gané y lo que dejé de ganar, fue por mi propio esfuerzo”, recuerda el futbolista.

Un día, aquel jugador que en el 2001 brillaba con luz propia se fue oscureciendo, hasta perderse del fútbol nacional. “Decidí irme del país. No decepcionado, pero sí con ganas de revancha. Cruz Azul es un club que nunca deja desamparada a su gente, nos ayudó a conseguir trabajo en Paraguay. En el club 2 de Mayo, un modesto equipo de San Pedro Juan Caballero. La verdad es que me di cuenta de todo lo que deje ir, las comodidades que existen en México, lo bien que vivía y sobretodo que estuve lejos de mi familia, de mi gente, de mis seres queridos”.

Después de seis meses de tratar de acostumbrarse a otro país, a otro fútbol, y a otra cultura, Víctor decidió volver, “en busca de otra oportunidad, de mis raíces. Creo que lo más indicado cuando tocas fondo es volver al comienzo de todo, regresar al sacrificio, a los sinsabores, a buscar el hambre que te hizo llegar tan lejos”.

Y ahí está la “Vitola”, en el mismo lugar donde comenzó todo. Entrena todos los días en el “10 de diciembre”, allá en Ciudad Cooperativa. Los estadios gigante han quedado atrás; los autógrafos, la fama, las luces ya no voltean hacia él. Pero no importa. “Hay futuro por delante. Quizá no tanto como antes, pero mientras haya fuerzas todo puede ocurrir”. Lo importante en que nunca se deja de luchar.

“Periodismo con valor”.

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