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“No se te Impone el Castigo Normal…”

La jovencita tenía 19 años, y ya estaba en el tribunal por una acusación de violencia contra su niñita de dos años. La primera vez que se presentó se le concedió un abogado de oficio, un abogado nombrado por el mismo juez gratuitamente a la acusada. El abogado ya tenía experiencia en estos casos, y enseguida habló con el fiscal. “Mira, esta madre todavía es una niña. No tenía la experiencia de madre, y en vez de buscar alguna disciplina sin violencia, agarró a la niñita de dos años con una correa, así como le habían hecho a ella cuando era niñita. De nada sirve enviarla a la cárcel. Le pedimos que vaya a unas clases para madres, y con eso le hacemos un bien a la mamá, a la niñita, y al que viene, pues está embarazada otra vez…” El fiscal lo pensó y respondió, “Vamos a darle la oportunidad, pero dile que si falta a tan sólo una de las clases, se va a la cárcel, y el Bienestar Social se encarga de la niña. Tiene tres meses para cumplir las 12 clases. Tiene que ir sin falta una vez por semana”. Ahora tres meses después se presentaba con su certificado de 16 clases. Había superado el requisito. El abogado le dijo: “Porque cumpliste con las clases, el juez va a levantar todos los cargos a tu contra. No se te impone el castigo normal a personas en tu situación. Pero, ¿Aprendiste algo en las clases?” La jovencita se sonrojó. Con una sencilla inocencia respondió, “Aprendí a ser buena mamá”.
Pero en el tribunal de arriba, a todos se le impone la misma pena. La condena de muerte no la podemos quitar con clases, remordimientos, o aprendiendo a ser mejores personas. Eso nos ayuda a convivir con otros aquí en esta vida, pero el Juez del universo las rechaza como insuficientes para ganar su perdón. Él no desestima la condena a cambio de nuestros mejoramientos, cambios, o transformaciones. El Juez pide una vida perfecta, desde la cuna hasta el sepulcro. Y esa vida fue la que presentó Jesucristo  a nuestro favor. Dando el vino a sus discípulos dijo, “esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:28). Ese pacto lo hizo con su Padre. Él tomaría nuestro lugar, viviría una vida pura, santa, sin mancha alguna, y la presentaría ante el Padre a nuestro favor. También tomaría nuestro pecado y sufriría el castigo que nosotros merecemos, derramando así su sangre “para remisión de pecados”. Al tomar ese pacto, lo cumplió al pie de la letra, diciendo al morir “¡Todo ha sido cumplido, perdónales lo que hacen!”. Con ese grito de amor victorioso conquista nuestro corazón, nos saca un suspiro de fe, y nos traslada a su reino eterno. ¿Y ese suspiro tuyo? Es tu fe. ¡También conquistó tu corazón!
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