“No hay Acusador, se retira la Demanda”

“No hay Acusador, se retira la Demanda”

El abogado asesoraba a su cliente. “Hoy la declaro ‘no culpable’ ante el juez”. “Pero, yo sí me volé la luz roja”. “No se preocupe, señora, yo soy el abogado. Usted puede tener conciencia de culpa, pero primero el acusador tiene que presentarse y dar las pruebas. En este caso si el policía, el acusador, no se presenta, o sus pruebas dejan al juez con cierta duda razonable, el juez tiene que desestimar la demanda”. “Pues yo no entiendo nada de eso”, dijo la señora. “Vamos a ver si mi plan funciona”, respondió el abogado. Luego añadió, “si el día del juicio el policía que la acusa no se presenta, el juez tiene que retirar la demanda”. La señora movió su cabeza de lado a lado, todavía no entendía. “Mire señora, yo la declaro no culpable ante el juez. Le pido un día para el juicio. Ese día el policía tiene que presentarse. Si no viene, el juez desestima el caso. En casi el 55% de los casos los policías no vienen”. Semanas después vi a la señora y su abogado. Cuando el secretario del tribunal pasó lista, el policía que la demandó no respondió. El abogado guiñó el ojo a su cliente. Cuando el juez pasó lista al nombre de la señora, el juez dictó: “No hay acusador, se retira la demanda, se puede retirar del tribunal”. La señora salió de la sala boquiabierta, pero feliz.
En cierta ocasión, ciertos hombres religiosos trajeron a una mujer que todos ellos habían engañado y abusado en secreto. La pusieron ante Jesús. Tratando de quitarse la carga de conciencia, le dijeron, “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (Juan 8:4,5). Pero Jesús tenía las pruebas no a contra de ella, pues sabía que ella era culpable. Tenía prueba en contra de ellos, pues se daban por los muy inocentes. Y comenzó a escribir esas pruebas en la tierra. Nombres de amantes. Fechas. Lugares. Uno a uno se fueron retirando soltando las piedras de sus manos, hasta que no quedó ni uno. Luego pregunta a la mujer: “¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor.” “Se desestima la causa. No hay acusadores. Vete en paz. Cuídate, no sea que la próxima vez se desquiten. Pero ni yo te condeno”. Pero, ¿acaso ella no era culpable? ¿Por qué no la condenó? Porque Él mismo llevó su culpa en su propio pecho. Con esa culpa subió a la cruz, y allí Él mismo se condenó por el pecado de ella – como también de los religiosos – y dio su vida por ellos, y por nosotros. Esa es la buena nueva del Evangelio. El único que nos puede condenar, se hizo culpable por nosotros. ¿Por qué? Porque nos ama. Viendo esta maravilla, el apóstol Pablo exclamó, “Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?”

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