“Mi nombre me recuerda a mi papá”

“Mi nombre me recuerda a mi papá”

“Dígame en pocas palabras por qué quiere cambiar el nombre de sus tres hijos, señora. Ellos están grandecitos, se pueden esperar hasta los 18 años”. “Es una larga historia, señor juez, y no sé si tenga tiempo”. “Intente resumirlo”, contestó el juez con impaciencia. Pronto ni pestañeaba. “Yo no sabía que mi pareja traficaba en armas y drogas cuando me junté con él. Me deslumbró con su propia casa, alberca, joyas, coches, sirvientas. Me dijo que era negociante y trabajaba en exportación. Era mucho mayor, y yo una jovencita. Sin pensarlo dos veces me fui a vivir con él, y pronto quedé embarazada. Los tres niños llegaron en tres años, y después me dijo que ya no le servía. Discutíamos por todo. Él pasaba mucho tiempo en la otra casa de al lado, que también era suya. Nos tenía prohibido poner pie en esa casa. Una noche cuando mi niño menor tenía 7 años entró de curioso. Vio cosas horribles en la sala. Un hombre amarrado a una silla, y su papá con una pistola a su cabeza gritándole groserías y amenazándolo. El niño salió corriendo. Yo fui a ver y ví cosas peores. Parece que también era tratablancas. Esa misma noche agarré mis niños, unas cuantas cosas y me fui de la casa. Ahora 8 años después ese niño está fascinado con armas de fuego porque dice que su nombre le recuerda a su papá”. “Ahora entiendo la razón por el cambio de nombre, señora. Usted piensa que si le cambia el apellido a los niños, ellos se olvidarán de él”. “Así es señor juez”. El juez tan solo puso sus manos en su rostro, conmovido por la historia. “Su niño necesita más que un cambio de nombre, señora”, respondió el juez. “Y, ¿qué será eso, su señoría?” “Un cambio de papá, señora, un cambio de papá…”
Esa es nuestra situación. Somos pecadores, y necesitamos un cambio de padre. En cierta ocasión Jesucristo describió la realidad humana: “Ustedes son hijos de su padre, el diablo, y les encanta hacer las cosas malvadas que él hace. Él ha sido asesino desde el principio y siempre ha odiado la verdad, porque en él no hay verdad. Él… es mentiroso y el padre de la mentira” (Juan 8:44). Pero Dios envió a su propio Hijo a humanarse como nuestro hermano. En la cruz pagó el precio de nuestra adopción con su propia sangre. Ahora tenemos un nuevo Padre. “El Padre mismo los ama”, dijo Jesucristo, y “nadie viene al Padre sino por mí”. Una vez que llegamos al Padre por la fe, estamos a salvo. “Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar” (Juan 16:27; Juan 14:6; Juan 10:28-29). Ah, y también tienes un nuevo nombre. ¿Quieres saberlo? Pregúntale a tu nuevo Papá.

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