Mi Marido Murió, ¡No Soy Culpable!”

Mi Marido Murió, ¡No Soy Culpable!”

Pláticas entre Padres...

“Estas son las acusaciones, señora: No se detuvo en una luz roja, $490; no hizo el alto, $380; hablando por celular $298. ¿Cómo se declara?” Una mujer de unos 50 años respondía a los cargos en el tribunal de tránsito. “Es que hacía tres días que mi marido había fallecido, y me sentía muy mal cuando me detuvo el policía”. “Responda mi pregunta por favor, señora, ¿cómo se declara?” “Pues no soy culpable porque mi marido se murió, pero quiero salir de esto y pagar la multa”. “Señora si usted dice que no es culpable, no se acepta su multa. Usted o se declara culpable y paga la multa, o se declara no culpable, y se presenta a juicio”. “Es que yo no tengo tiempo de estar viniendo aquí por tantas cosas que tengo que hacer después de la muerte de mi marido, pero yo no soy culpable.” “Entonces la fecha de su juicio será de hoy en 45 días”. “No voy a volver en esa fecha, porque yo no tengo tiempo de andar viniendo”. “Entonces tiene que pagar la multa de $1.168 USD.” “No señor juez, yo no puedo pagar nada porque yo no soy culpable. Mi marido murió de un momento a otro por un ataque al corazón, por eso no soy culpable”. El tono de voz del juez delataba que perdía la paciencia. “Pague la multa en 90 días”. “¡Qué falta de simpatía!” exclamó la señora.
La ley no muestra simpatía. La ley es pura letra. La ley no tiene corazón. La ley es de piedra. De dos tablas de la roca más dura. Y ahora hablamos de la ley de Dios. La ley no puede perdonar. La ley sólo puede condenar. El Juez eterno desconoce pretextos. O se vive en constante cumplimiento de su ley, o la sentencia es “¡Muerte eterna!”
Pero el esposo de la humanidad se hizo carne, el mismo Hijo de Dios. Tomó nuestro lugar. Recibió la sentencia y condena a nuestro favor. La ley vio su sacrificio, vio el valor de su vida, y dijo “¡condena pagada por el Hijo de Dios, Jesús el Cristo!” Cierto, la ley no tiene simpatía pero el corazón del Hijo de Dios es de pura carne. Es el corazón de un esposo profundamente enamorado de su esposa. El apóstol Pablo que conoció muy de cerca tanto las demandas de la ley al igual que la gracia de Cristo, exclamó, “¡Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo!”  (2 Corintios 11:2). La señora de nuestra historia no tenía ningún derecho de justificarse con la muerte de su esposo, por más lástima que causaba su historia. Pero todo el que confía en Jesucristo como su esposo, por más culpable que se sienta, puede exclamar: “¡Mi esposo murió! ¡Yo no soy culpable!”

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