<!--:es-->“Me olvidé que estaba casado”<!--:-->

“Me olvidé que estaba casado”

La pareja se presentaba ante el juez. El marido solicitaba el divorcio. Estos días no es nada raro. Pero en este caso, había algo diferente. La pareja se había sentado junta a la mesa de los solicitantes. Sus hombros se rozaban levemente. En la mayoría de los casos de divorcio, cada cual se sienta a cada extremo de la mesa. La edad avanzada de la pareja también era algo extraño. El señor parecía lucir sus 70 años por las canas y el rostro demacrado por las arrugas que van dejando los años. La señora no le quedaba muy atrás. El juez lo notó enseguida. “Pero, ustedes no tienen cara de amargados. ¿De veras que se quieren divorciar?” La señora contestó primero. “Yo no, su señoría, pero él dice que es lo mejor”. “Bueno”, dijo el juez. “Yo no estoy aquí para hacer terapia matrimonial. Pero señor, ¿qué está pasando?” “Es que yo me casé con ella hace pocos años. Sí, todavía nos queremos mucho, pero necesito divorciarme para estar bien con Dios”. “No estoy aquí para pasar juicio sobre las cosas divinas”, respondió el juez de buen humor. “Es que cuando me casé con ella, me olvidé que estaba casado en mi país”. “Y, ¿dónde está la otra mujer? ¿Le vino a reclamar?” “La otra está muerta”. “Entonces Dios también se ha olvidado que estaba casado. Rechazo la solicitud. Disfruten juntos los años que les quedan”.
Al salir de la sala parecía que décadas de años habían desaparecido mientras la parejita tomada de brazos salía de la sala como si estuvieran bailando el día de sus bodas. Escuché que el juez comentaba en voz alta: “Pero el voto matrimonial es sólo ‘hasta que la muerte nos separe’”. Luego comentó a su equipo de ayudantes que él había leído el expediente. La otra señora también se había casado en su país, y después de varios años había muerto. “Es que hay algunos que enseñan que si te casaste con otra persona, estando casado con otra, no importa la razón, tú mismo tienes que pagar por tu pecado. Ya no tienes derecho al amor íntimo de otra persona, y sólo de esa manera Dios te puede perdonar. Tú mismo tienes que pagar por tus pecados”. Obviamente el juez no compartía esa idea, de otro modo no hubiera rechazado la solicitud. Pero es lo que el mundo piensa y enseña: “Tú tienes que pagar por tus propios pecados, de otro modo no serás justificado ante Dios”. ¡Cuán diferente es lo que enseña la Escritura! “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). Tan grande es la perversidad de nuestros pecados que no hay manera de pagar a Dios la pena que merecemos. Sólo un cuerpo santo pudo hacerlo: el de Jesucristo en la cruz. Allí se pagó toda culpa, y allí Él selló su voto de amarnos para siempre.

Comentarios:
haroldocc@hotmail.com

Share