
“Me niego a pagar: ¡no es mi hijo!”
La joven madre se presentaba al tribunal de derecho familiar solicitando que su expareja se pusiera al día con sus pagos de manutención. Reclamaba al juez que el joven había estado pagando por un solo niño, cuando en verdad eran dos. El padre sólo había estado pagando por el niño mayor de 5 años, pero no por Eddy, de 14 meses. La pareja se había separado unos 6 meses atrás. La madre, muy indignada insistía: ¡Señor juez! Él está desobedeciendo las órdenes que usted mismo dio hace 6 meses. No ha pagado ni un centavo por el niño, ¡que todavía necesita pañales!” “Bien”, dijo el juez. “¿Qué dice usted de todo esto, joven?” “Antes que todo su señoría, le presento un cobro a Matilde por $500 dólares.” “¡Yo no voy a pagar nada!” respondió la muchacha, bastante alterada. “¿De qué se trata, joven?” preguntó el juez. “Si usted recuerda su señoría, cuando estuvimos acá hace 6 meses y dio la orden, yo pedí hacerme la prueba de ADN. Quedamos que si el niño era mío, yo pagaba. Si no era, ella pagaba. Aquí tengo el cobro para que ella pague”. “¡Es mentira!” gritó la muchacha. “¿Me permite ver los resultados?” El juez pasó vista al informe del laboratorio. “Hay una probabilidad del 99.99% que este joven no es el papá de Eddy”, leyó el juez. “¡No! Es mentira! ¡No puede ser! ¡Paga por tu hijo!” “Pero señor juez”, respondió el joven, “¿cómo voy a pagar por un hijo que no es de mi sangre?”
Jesucristo fue encarnado como el segundo Padre de la humanidad. Una de las profecías de su nacimiento lo llama “Padre eterno” (Isaías 9:6). Nuestro primer padre, Adán, fue transitorio. No nos valió como padre. Nos entregó a condenación eterna. Nos fue necesario tener otro Padre, un Padre eterno. Jesucristo no se hizo carne por tan solo unos pocos años. Él es nuestro Padre eternamente, y jamás se avergonzará de llamarnos sus hijos. No hay valor alguno especular sobre la composición genética de Jesucristo. Pero de una cosa podemos estar seguros, Él pagó el precio de nuestro rescate porque nos reconoció como suyos. En Él toda la humanidad es re-creada en un solo linaje. Desde el más pobre hasta el más encumbrado, somos de su sangre. Desde el más piadoso hasta el más degradado, somos de su sangre. Ante este nuestro Padre, nadie es basura, no importa que alguien piense tengas esa apariencia. Jesucristo, tu Padre eterno, te reclama que eres suyo. Por eso él pago tu castigo en la cruz, y derramó su sangre en lugar de la tuya, porque vio que somos de su sangre. Es lo que hacen los padres, dan sus vidas por sus hijos porque son su sangre. El joven de nuestra historia negó al niño porque no era de su sangre. Jesucristo se hizo nuestro Padre para darnos vida y vida en abundancia, “porque en la sangre, está la vida”.
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