“Me maldijo con el crucifijo”

“Me maldijo con el crucifijo”

“Y, ¿en qué momento se despertó?” preguntó la fiscal. “Bueno”, respondió la señora dando testimonio, “yo me desperté con el primer golpe que me dio con el crucifijo. Ese golpe me abrió el labio”. “Y, ¿dónde estaba ella?” “Pues ella se me tiró encima al mismo tiempo que me dio el golpe. Y de allí no dejó de golpearme con el crucifijo. Yo me tapé la cara y me di la vuelta como para dejarme caer de la cama. Pero fue cuando me abrió las tajadas en la cabeza también con el crucifijo”. “¿La acusada le decía algo mientras la golpeaba?” “Me maldecía muy feo. Que con ese crucifijo yo había embrujado a su marido y se lo había quitado, y con ese mismo crucifijo me devolvía mil maldiciones más. Que con esa maldición que me echaba me iban a comer los gusanos en el infierno”. “Y, qué pasó después? En qué momento dejó de golpearla?” “Pues yo me tiré de la cama como pude, y salí arrastrándome por la puerta de adelante mientras ella me pateaba y me golpeaba. Yo solo podía gritar y cuando salí ahí estaban los vecinos. Ella salió corriendo pero los vecinos no la dejaron ir. Por último me aventó el crucifijo”. “Señora”, preguntó el abogado fiscal, “¿usted cree en maldiciones? “No señor, yo no creo en esas cosas. Es la gente que tenemos el mal adentro. Pero ese crucifijo en manos de esa señora es un arma, y por poco me mata”.
La cruz en el tiempo de Cristo era un lugar de maldición. Allí se colgaban vivos los peores criminales. Así lo indicaba la Escritura: “Porque maldito por Dios es el colgado” (Deuteronomio 21:23). De hecho, legalmente fue la única razón por la que Dios tuvo que permitir la muerte de su Hijo, porque al colgar en la cruz, quedaba maldito y condenado por Dios. Pero Jesucristo no se entregó a la cruz para ser maldecido por Dios. Él fue a la cruz para recibir la maldición que usted y yo, la raza humana merecemos. Allí Él fue maldito en nuestro lugar. Toda maldición que se dirige contra nosotros ya no nos alcanza porque esa cruz sirvió de pararrayos de maldiciones. Toda maldición dirigida contra nosotros se desvía hacia el pasado y cae sobre su cuerpo santo y puro. Al que cree, ninguna maldición humana o diabólica lo puede tocar. Por lo que ese lugar de maldición, la cruz de Cristo para nosotros es el gran y único lugar de verdadera bendición. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gálatas 3:13). La señora de nuestra historia enseñó sus cicatrices en sus labios y su cuero cabelludo causadas por una vecina. Jesús las llevará para siempre sobre sus manos, su costado, y sus pies, causadas al tomar nuestro lugar. “Nuestra maldición quedó en sus llagas, y así por ellas somos nosotros bendecidos (Isaías 53:5).

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